Los errores sin responsables son una figura frecuente en los laberintos de la administración de Justicia y en los jardines del Gobierno. La fuga de una mujer a la que el ministro del Interior se ha referido como "presunta etarra" promete ampliar la nutrida lista de equivocaciones sin equivocados. Ya ha adelantado Rubalcaba que nadie tiene la culpa del fallo. Se ha cometido, sí, pero no por intervención de persona humana. Para empezar, parte de la responsabilidad le atañe a él en razón de su cargo. En lugar de asumirla, ha dedicado elogios al juez que tomó la fatal decisión. Elogios envenenados. Cuando les conviene, hay que ver con qué brío defienden los enterradores de Montesquieu la separación de poderes. ¿Pilatos? Un aprendiz, a su lado.
Junto al lavado de manos del Gobierno, el episodio ha despertado un tipo de reacción crítica igualmente frecuente. Es la que viene a decir que los terroristas "se burlan" del Estado de Derecho. Será, en todo caso, que burlan la ley y la justicia. No otra cosa hacen los delincuentes. Pero "burlarse" resulta más dramático y más hiriente, aunque no para el criminal. A ése se le concede gratuitamente un triunfo psicológico: el de que puede reírse de las instituciones y, a fin de cuentas, de quienes las respetan.
Hay en España cierta tradición de respuesta emocional ante los terroristas de ETA que no se ha dado frente a los de otros grupos de similares prácticas. Algunos tienen por valentía insultarles sin percatarse de que así les dan categoría. Pero la conmoción que han provocado los crímenes de esa banda en la sociedad española, no se ha visto acompañada de una conciencia clara y constante sobre el modo de afrontar el terror. De ahí que, cada tanto, escuche con agrado los cantos de sirena del diálogo y la negociación. Es la cruz de los sentimientos.
Las risas, burlas o llantos de los terroristas nada interesan. Y si bien es cierto que la democracia ha de luchar contra el crimen con una mano atada a la espalda, también lo es que, como señaló un alto magistrado israelí, tiene la sartén por el mango. Si quiere, claro.