Estos días he sabido que el deseo secreto de los dirigentes del separatismo catalán era que se aplicara el artículo 155 de la Constitución. Bueno, no tan secreto, pues el propio Tardà, el diputado de ERC, lo confesó con su fineza habitual en una distendida charla con Pablo Iglesias. Fue hace cinco años. El artículo 155, dijo, "a nosotros nos iría de coña". Vale entonces que no era del todo secreto. Dejémoslo en que era su deseo más ferviente. Era, al parecer, el deseo que Puigdemont y Junqueras pedían en voz baja mientras pisoteaban alegremente la Constitución, la legalidad democrática y cuanto se interponía en su camino. Y era, vaya por Dios, el deseo por el que los separatas han ido a rezar a las iglesias de los sacerdotes indepes, han puesto velas y encendido antorchas.
Total, que estos cinco años de procés, con cada uno de sus minutos aciagos, eran para conseguir que se apretara el botón nuclear del 155. A mí me parece raro. Pensaba que el sueño de los separatas era la independencia, no la intervención de la autonomía. Pero sigo. Porque hasta Rajoy lo dijo. Lo dijo cuando anunció cómo se iba a usar esa bomba de neutrones constitucional: "Yo tengo la impresión (...) de que algunos lo que querían era llegar a esta situación, es decir, a que se aplicara el artículo 155". Y agregó, porque Rajoy es Rajoy: "No lo voy a afirmar categóricamente". Pero afirmar lo afirmó. E igual lo afirman ahora muchos otros. Sea para significar que el Gobierno no quería pero no le ha quedado más remedio, sea para decir que esto del 155 le va de coña al separatismo.
Los pronósticos son como suelen ser: apocalípticos. Se predice que los ciudadanos de Cataluña van a salir, por fin, como un sol poble en defensa de ese Govern al que se quiere destituir. Se vaticina que el rechazo dejará pequeñito al que provocaron las cargas policiales del 1 de octubre. Se augura una repulsa universal: tanto de los que creen que la autonomía catalana emana de Dios o de la Pachamama como de los que aún tienen en alguna estima a la Constitución y a España. En resumen, se presagia que esto será el acabose, y no faltan los sondeos de aviso: un alto porcentaje está en contra, superior al que representa el voto indepe.
No voy a discutir esos pronósticos. Tengo otros. Los tengo para el caso de que Puigdemont convoque ya mismo elecciones, tal como le piden algunos de los suyos, y el Gobierno paralice la aplicación del 155, haciendo uso de su mayoría en el Senado y con la aquiescencia del Partido Socialista. De entrada, eso supondrá dar carta blanca para organizar y tutelar las elecciones a un Govern que se ha situado fuera de la ley y ha probado tanto su deslealtad constitucional como su falta de respeto a las reglas democráticas. Después, no es difícil imaginar cómo será la campaña, ni cómo se redoblará desde TV3 el "bombardeo de propaganda independentista simplista y engañosa", dicho sea en palabras de Le Monde.
No es tampoco difícil de prever que parte los constitucionalistas catalanes se sentirán defraudados si se deja con sus poderes intactos a ese Govern que ha atropellado sus derechos. Y, al otro lado, ese independentista estratégico, el que se subió al carro porque "alguna ventaja se sacará de todo esto", verá confirmado el acierto de su apuesta. Si el poder sigue en manos del Govern sin que haya tenido que hacer otra cosa que convocar elecciones, si el dinero público sigue controlado por el Govern, si los medios siguen instrumentalizados por el Govern, es que el Govern es el caballo ganador. Será opinable, pero para mí que esto acabaría con un triunfo electoral del bloque separatista.
Ocurre algo muy curioso con el nacionalismo catalán. También pasó en tiempos con el nacionalismo vasco. Siempre que se anuncia cualquier medida para frenar alguna de sus conductas antidemocráticas, se levanta un clamor de voces diciendo que eso es justamente lo que quiere. Por lo visto, todo lo que hagas en contra del nacionalismo se vuelve en su favor y todo cuanto hagas para adelgazarlo lo engorda. Extraño fenómeno. Y aún más epatante la conclusión que se deduce: lo único que se puede hacer es dejar que los nacionalistas hagan lo que quieran. Yo, por mi parte, sigo pensando que aquello que les iría de coña sería que lo del artículo 155 fuera una coña marinera.