El pasado abril, el director de la cadena SER hacía un llamamiento contra los "pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros, siniestros, cobardes, acomplejados, con nombre y apellidos" del periodismo. Acto seguido evocaba esos nombres de modo que no quedara duda de quiénes eran los injuriados. Seis profesionales, entre ellos Pedro J. Ramírez, Cristina López Schlichting y Federico Jiménez Losantos, eran calificados de aquella guisa, y, además, de "mirones clandestinos", "fetichistas de la mugre", "residuo pútrido", "usurpadores del oficio", "cobardes" y otros dicterios del mismo gusto enfermizo.
Ahora bien, Daniel Anido, el de La baba en la pluma, no ha de temer nada de esa sentencia que acaba de emitir una jueza de Madrid contra FJL. Tampoco tiene motivos para preocuparse la autora de aquella cultivada reflexión sobre la búsqueda de Goma 2 "en el conejo de su madre". Y aún debe inquietarse menos el fino estilista Felipe González. Cierto que la sentencia considera un atentado al honor hacer juegos de palabras con el apellido de una persona y que, según la jueza, ese "daño infringido" (sic) se extiende a todos los que lo portan. Pero desengáñense los Losantos de España y el resto del mundo. Nadie multará al ex presidente por llamarles Losdemonios, aunque esa burla aparece muchas veces más que "Carcalejos" en Google.
La sentencia de Remírez no significa que a partir de ahora vayan a ponerse límites a la libertad de expresión de todos cuantos despotrican en la prensa, en la tele o en las ondas. No. Para nada. Si varios periódicos y libelos han recibido la condena con alegría y descorche de champán, es justamente porque abrigan la certeza de que sólo se restringe la libertad de expresión de otros, y no la suya. A fin de cuentas, la sentencia no ha hecho más que conferir barniz legal a un fenómeno que es real hace tiempo: la doble moral que ha permitido que insultadores alentados y amparados por poderes fácticos y el poder a secas, transgredan todos los límites impunemente.
Ese "punto didáctico"que Bermejo observa en la sentencia existe, en efecto. Enseña que la libertad de expresión constituye un privilegio reservado y a ejercer sin freno por quienes forman en el "bando correcto", sean de izquierdas o de derechas, que ahí unen fuerzas. En cambio, en el exterior de ese búnker, en la intemperie de la independencia, uno está abocado al castigo y al linchamiento.