Los socialistas han querido hacer el trayecto político de Tinduf a Rabat sin sufrir ningún percance. Sin que se notara. Pretendían sostener con una mano las banderas del Frente Polisario mientras le daban la otra a Mohammed VI. Cierto que mantener dos posiciones incompatibles no resulta un ejercicio novedoso en política. Pero, a la larga, se revela insostenible. Los violentos incidentes en El Aaiún han colocado al PSOE ante sus contradicciones y ante las consecuencias de una conducta irresponsable como la que representaba la actual ministra de Exteriores desde la oposición a Aznar. Entonces, Jiménez exigía, en encendidas arengas, que el Gobierno removiera el mundo para dar satisfacción al derecho a la libre autodeterminación del pueblo saharaui. Y proclamaba en un acto de apoyo al Polisario: "Desde luego, nuestro compromiso lo vais a tener y, sobre todo, nuestro apoyo, nuestra colaboración y nuestra solidaridad". Nada, ay, es para siempre.
Lejos de aquel lenguaje de agit-prop, y aún más lejos de la promesa de acompañar al Polisario "hasta la victoria final" que formuló en Tinduf un joven González, los socialistas se han puesto ahora traje de Gobierno adulto. Están desconocidos. Así, apelan a la responsabilidad, a la prudencia y a la necesidad de conocer los hechos con propiedad antes de pronunciarse. A normas, en fin, que son muy razonables, pero que jamás cumplen cuando "los hechos" involucran a alguno de sus países non gratos. Ahí, primero condenan y luego, si acaso, preguntan. Todo un contraste con los modales que emplean con tal de no incomodar a Rabat. Ni siquiera han sido capaces de emitir el clásico pronunciamiento que a nada compromete, pero salva la cara, que es lo que ha hecho Francia, principal aliada y valedora de Marruecos.
Cualquier Gobierno español se ve abocado a un papel difícil a fin de conllevar las buenas malas relaciones con el vecino del Sur. Desde el repudio a la política exterior de Aznar, Zapatero optó por relajar la tensión necesaria y, para coronar la insensatez, mostró a Estados Unidos que no era un aliado fiable, privándose así de su influencia sobre el régimen marroquí. Como remate, ha tenido que darle la espalda, de un modo ya ostensible y grosero, a esa "causa saharaui" a la que su partido había prometido lealtad. Ha llegado al final del trayecto. No se podía estar, a la vez, con el sultán y con el Polisario, y se está con el sultán.