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Cristina Losada

El psicópata y el terrorista

¿Cómo no va atraer el Daesh a los que disfrutan torturando? No tienen por qué ser mundos separados el del psicópata y el del terrorista.

La escalofriante matanza perpetrada en Niza por un hombre que lanzó un camión contra la multitud en la noche del 14 de julio, fiesta nacional francesa, ha abierto dos interrogantes que circulan por la prensa. El primero es si el autor era un terrorista, tal como dijeron desde un primer momento las autoridades francesas, o un sociópata, como exponía en este artículo la eurodiputada Beatriz Becerra. La segunda pregunta es si se trataba de un “lobo solitario” y, por tanto, de un terrorista que no colabora con otras personas para realizar su atentado, no está integrado en un grupo terrorista y no tiene tampoco vínculos informales con él.

La respuesta que se dé a las dos cuestiones tiene consecuencias para la estrategia contra el terror islamista. Pero lo llamativo es el hecho mismo de que se hayan planteado estas dudas con urgencia después de la matanza en la Costa Azul, y en ciertos casos, no ya con urgencia, sino con sesgo político. Porque desvincular al asesino de Niza del terrorismo, y del terrorismo del Daesh, en concreto, no es políticamente inocente. De tratarse de un perturbado puro y duro, el mensaje será que no hay que exagerar en la lucha antiterrorista ni en la lucha contra el Daesh. Aunque la otra cara de esta hipótesis es que plantea un escenario de mayor inseguridad aún. ¿Cómo prevenir matanzas hechas por sujetos que no están ni podrían estar en las listas de sospechosos de terrorismo?

A lo largo de su historia, el terrorismo, que en Europa empezó con los anarquistas, ha mutado de manera notable, pero parecía mantener una constante por encima de la diversidad de sus formas de matar: la violencia se ejercía en nombre de unos objetivos políticos, de una ideología o, en el caso del islamismo, de una ideología religiosa. Esa definición del terrorismo, más o menos aceptada, se está demostrando insuficiente para abarcar los ataques realizados por individuos en los que el aspecto ideológico-político se encuentra en segundo plano; individuos de los que no se sabía que estuvieran radicalizados o que tuvieron una radicalización exprés, como el asesino de Niza.

Era un hombre violento y un delincuente, sí, pero hasta hace unas semanas estaba tomando copas y nadie hubiera dicho que era religioso. De pronto, se puso a buscar matanzas del Daesh en internet, y enseguida empezó a preparar un atentado con un camión, uno de los métodos simples y mortíferos recomendados por los terroristas. ¿Cómo explicar ese rápido tránsito del desequilibrio y la violencia en el ámbito personal a la matanza inspirada en un grupo terrorista? La dificultad para explicar tal cosa es lo que arroja dudas sobre el carácter terrorista del asesino. Pero esa dificultad proviene de la estrechez de nuestra visión del terrorismo.

Nuestra perspectiva del terrorismo está configurada por las bandas terroristas que mejor conocemos, las que hemos padecido en Europa y en España durante muchas décadas. Tan es así que el término terrorista nos hace pensar siempre en un grupo: un grupo organizado con unos objetivos políticos e ideológicos, por delirantes que sean. Y al poner el foco en el grupo, en sus estrategias y en sus objetivos –cosa que también hace el propio grupo-, descuidamos el perfil de los individuos que los forman y minusvaloramos el grado de odio, de estupidez y de gusto por la violencia que los impulsa. El Daesh recluta e inspira con los vídeos de sus asesinatos, ¿cómo no va atraer a los que disfrutan matando y torturando? No tienen por qué ser mundos separados el del psicópata y el del terrorista. Pueden solaparse perfectamente.

Hay otro punto ciego de esa visión del terrorismo con la que hemos venido funcionando, y es que nos da la impresión que los “lobos solitarios” son menos peligrosos. Como carecen del apoyo de una estructura organizada, no semejan una amenaza permanente. No es necesariamente así, porque pueden ser igual o más mortíferos que una banda, pero sería un error considerar al asesino de Niza y a otros similares, como “lobos solitarios”. Hoy, en la era de internet, siempre hay una conexión. Como dijo Manuel Valls hace tres años, cuando era ministro del Interior, en una entrevista en RTVE, “pueden matar en solitario, pero no son lobos solitarios.”

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