Los nacionalistas gallegos, dados como otros a la escenografía truculenta, colocaron alguna vez en sus manifestaciones a un grupo de niños con carteles que denunciaban que se les quería quitar la lengua. Naturalmente, ellos querían quitarles la lengua a otros niños y así lo hicieron cuando gobernaron con los socialistas e implantaron de facto el monolingüismo en la enseñanza. Pero el afán lenguicida de los talibanes va más allá, como corresponde a su naturaleza. Ahora, su deseo, rabioso deseo, es que enmudezcan todos, niños y padres. Tienen auténtico terror a que expresen cuáles son sus preferencias en el asunto del idioma, incluso en formato tan alicorto como la consulta que estos días realiza el gobierno autonómico.
No se veía desde el Prestige una ola de indignación rugiente de tal tamaño y catadura. El nacionalismo está en pie de guerra ¡contra una encuesta! Movería a risa si no fuera por el hecho de que disponen de resortes –siempre subvencionados– para coaccionar a padres y alumnos. Una miríada de asociaciones, sindicatos y confederaciones, toda la aldea Potemkim levantada por el nacionalismo, se revuelve contra la posibilidad de que las familias puedan decir algo sobre el idioma en que han de estudiar sus hijos las asignaturas troncales. Queda retratado el modus operandi de la "normalización lingüística". Consiste en ignorar la voluntad de los afectados, de aquellos que otros, superiores, los ungidos, decidieron que debían ser "normalizados".
Un centenar de directores de colegios, convocados por el sindicato nacionalista CIG, se han negado a darles la palabra a los usuarios de sus centros. No distribuirán la encuesta. El presidente de una asociación de directores de colegios públicos dice que el Gobierno mejor haría en ocuparse de la calidad de la enseñanza. ¡Lo dice ahora! No durante los muchos años en que la prioridad de las autoridades educativas era asegurar el cumplimiento de las normas lingüísticas. Los inspectores no hacían otra cosa bajo el bipartito. Vigilar, espiar y amenazar para que ni una palabra de español contaminara las aulas.
Los Equipos de Normalización adjuntan a la encuesta un folleto que conmina a elegir la opción del gallego. Algunos directores hacen idéntica presión con cartas. El escenario de la coacción se completa con los atentados y amenazas contra Galicia Bilingüe a cargo del "brazo armado" de la imposición. El nacionalismo quiere ciudadanos mudos y sometidos, en esta ocasión igual que en todas. Esto es, no quiere ciudadanos. Y no puede quererlos: no reconoce derechos individuales. En procura de la "construcción nacional" sigue un procedimiento que bien se puede describir con una de sus expresiones favoritas: la doma y la castración. Mientras no esté bien domado y castrado, el pueblo deberá callar.