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Cristina Losada

El "Bokabulario" que desenmascara

El PNV ha protestado por la presentación, en la Biblioteca Nacional, del libro Bokabulario para hablar con nazionalistas baskos, obra de Pedro Fernández Barbadillo, quien, entre otras cosas, es colaborador de este periódico. El espesor de la máscara del lenguaje nacionalista es de tal magnitud, que los constitucionalistas vascos deben andar siempre con el bisturí para traspasarla y mostrar lo que hay debajo. La realidad así desvelada suele ser desagradable. No es extraño que los analizados se revuelvan con furia y anatematicen a quienes dejan al descubierto su entraña totalitaria.
 
En su petición de explicaciones al Ministerio de Cultura, el PNV dice que el libro es “xenófobo y sectario”. Hasta ahora, el término xenofobia servía para describir el odio o antipatía hacia los extranjeros. En el Bokabulario no hay más aversión a lo foráneo que la que rezuman los escritos del fundador del nacionalismo vasco y las declaraciones de sus seguidores. ¿Qué culpa tiene el autor de que un diputado del PNV dijera, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, que "en la Edad Media vino a un pueblo de Euskadi llamado Ermua una oleada de ratas procedentes de España"? ¿O de que Sabino Arana nos describiera a los gallegos como “más brutos que arados”, y nos considerara el eslabón más bajo de de la simiesca y degenerada especie de los maketos? Todavía estamos esperando a que los nacionalistas vascos condenen las proclamas racistas de su primer profeta. Y las machistas. Esperemos sentados.
 
En un lugar donde el brazo político de la ETA pudo hacer campañas electorales en torno a palabras como “paz” y “libertad”, donde los asesinatos son “errores”, y oponerse activamente a los asesinos se llama “crispación”, toda imaginable perversión del lenguaje es posible. Incluida la humorada de que tachen a sus críticos de “sectarios” quienes sostienen que el que no comparte su ideología no es un “auténtico vasco”. Y que los que intentan acabar con la pluralidad de la sociedad vasca exijan que en la Biblioteca Nacional se refleje “respetuosamente la pluriculturalidad del Estado”. Como si las instituciones culturales que controla el gobierno vasco reflejaran algo diferente, no digamos opuesto, a la ideología nacionalista.
 
La propaganda nazi y la soviética se caracterizaron por suministrar, sin rubor alguno, la mentira al por mayor. No sólo en cantidad: sus muñidores sabían que se traga con menos facilidad una mentira “pequeña” que una “grande”. Hitler, cuando llegó al poder, aseguró que deseaba la paz y el desarme. La URSS se presentó igualmente como promotora de tan laudables objetivos, también con el fin de conseguir el desarme de sus enemigos. La familia nacionalista vasca se ha revelado pasable discípula de aquellos maestros. Como recuerda el Bokabulario, el PNV admiró en su día la sagacidad y el talento político del dictador alemán. Une mucho la creencia en la superioridad de una raza.
 
Los nacionalistas vascos, y otros, lograron uno de sus primeros y decisivos triunfos en el terreno del lenguaje. Consiguieron que se aceptara comúnmente que ellos, y sólo ellos, eran los auténticos representantes de los pueblos –míticos- en cuyo nombre decían hablar. Su monopolio es atacado por cuantos se aplican a desenmascarar la falsedad de su lenguaje. El PNV, con esta protesta, ha añadido una nueva costra de mentiras a las que en el libro salen a relucir. Si pudieran harían más: esa “hermosa hoguera digna de la Inquisición” que encendería la columnista de Deia, Carmen Torres, con todos los libros que se han publicado sobre el tema vasco. Adolf sigue dando ideas.
 

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