Qué sería del Gobierno sin los neocon. Son personajes habituales del guiñol de la sedicente izquierda, tanto de la zapaterista como de la prisaica, ambas ahora enfrentadas. Hacen el papel de ogro, de bruja y del mismísimo diablo en sus historietas maniqueas, sin que a los autores del guión les avergüence demostrar que no saben de qué están hablando. Total, leer, ¿para qué? Les basta con tocar de oído y, en realidad, aunque ignoren los motivos, está justificada su animadversión hacia aquel grupo de intelectuales neoyorquinos judíos. Cometieron varios pecados imperdonables. No sólo rompieron con la izquierda, sino que libraron contra ella la batalla de las ideas y, en su momento, ¡horror!, ganaron.
Irving Kristol, fallecido el viernes en Washington, se tomaba con humor el título de "padrino" del neoconservadurismo y hasta la propia etiqueta, fruto de la vieja costumbre izquierdista de denigrar a los "renegados". Escribió que había sido también neomarxista, neotrotskista, neosocialista y neoprogresista. Sus disidencias se fueron forjando durante la Guerra Fría, frente a las ilusiones buenistas sobre los soviéticos. Pero el fenómeno que decidió su trayectoria intelectual fue la "contracultura" de los sesenta. Kristol, como Podhoretz, Glazer y otros, combatieron desde publicaciones minoritarias y a la larga influyentes, aquella oleada de irracionalismo que amenazaba con disolver los cimientos de la civilización, y a la que los conservadores clásicos no tenían nada que oponer.
Mientras los republicanos permanecían aferrados a un discurso economicista, que hacía que Kristol les reprochara sus "almas de contables", los neocon pusieron el acento en la cultura y los valores. Ofrecieron una alternativa intelectual y moral a una mutación de la izquierda que había cortado los lazos con la tradición occidental, incluida la propia tradición socialista. En 1976, Kristol lamentaba la muerte del socialismo: "Cumplía la función de civilizar la disidencia (anticapitalista), función que podía ejercer porque compartía implícitamente muchos valores esenciales con el capitalismo liberal al que se oponía".
La izquierda de espíritu nihilista que se fraguó en los calderos sesentayochistas no sólo no compartía ninguno: se proponía destruirlos. En los Estados Unidos estuvo cerca de conseguirlo. Años después, tenemos aquí el desafío. Con peculiaridades, pero en el fondo el mismo. La difusa ideología del Gobierno Zapatero procede de aquel viaje alucinado y destructivo que una parte de la izquierda emprendió hace décadas. Y el partido de la derecha, tan clarividente como siempre. No sale de la economía.