Declaro que a mí me pasa como al que fuera vicepresidente de Clinton: carezco de formación científica. La diferencia entre el señor Gore y quien suscribe, aparte del grosor personal y de cuenta corriente, el caché de conferenciante, los gastos de electricidad, el jet y otras menudencias, es que él va por ahí predicando y cobrando en nombre de la ciencia, mientras que yo prometo abstenerme de tamaño atrevimiento. El debate sobre el cambio climático lo dejo a los estudiosos del asunto, como lo son, entre otros, destacados miembros del Instituto Juan de Mariana, a los que hay que felicitar por su reciente salto a la fama. Si los que dispensan el pensamiento único en España no pueden ignorar sus documentadas posiciones discrepantes con el tan cacareado como discutible "consenso científico", significa que hacen pupa, o sea, que han logrado introducir la duda razonable en el conjunto monolítico de dogmas sobre el origen antropogénico del calentamiento. Ése es el motivo por el que los guardianes de la ortodoxia recurren, como es habitual en ausencia de capacidad argumentativa, al character assasination, que de momento asume la forma de una "teoría de la conspiración petrolera", que aún a pesar de la mala baba que destila, resulta desternillante.
A mí, lo que me ocupa y me preocupa, aparte del dinero de mis impuestos que va a ir a parar al bolsillo del profeta por decisión de nuestro Gobierno, son los aspectos ideológicos del fenómeno. Pues las señales indican que nos hallamos ante una utilización de la ciencia para diseminar una creencia rayana en la superstición y que la causa del cambio climático, interferida como está por la política, constituye un asalto a la razón en toda regla. Uno más de los muchos que se vienen perpetrando desde el entorno del progreríouna vez forzosamente sepultadas las creencias de la vieja izquierda, que también, no olvidemos, se reclamaban de la ciencia. Si la "ciencia" marxista situaba el paraíso en el futuro, al contrario que las religiones de nuestro ámbito, ahora se invierten los términos. Así, tenemos el paraíso en el pasado, en la naturaleza virgen y las sociedades preindustriales, y el Apocalipsis en el porvenir debido al pecado del progreso traído por el capitalismo. Un relato éste en el que siempre se elude la catástrofe que supuso el socialismo para el medio ambiente.
Del carácter científico de las profecías marxistas ha hablado la realidad con negativa contundencia. Pero ello no impide que la historia se repita, tal que decía don Carlos, como farsa, y que se apodere de las mentes de los incautos, y sea aprovechado por los oportunistas, otro mito que abreva en el descontento con la modernidad, la "cultura adversaria" o la tensión de la civilización, y que apela a ese sentimiento de culpa fuertemente implantado en el Primer Mundo desde que el socialismo no pudo salvarnos de las garras del mercado libre. Y como dónde hay farsa, hay farsantes, tenemos en liza a personajes como este Nobel de la Paz, que osa proclamar la hipótesis que él vende con mucho éxito, tan incuestionable como la ley de la gravedad.
La "caza de brujas" es signo inequívoco de que topamos con los muros de la corrección política y el interés en consolidarlos. Y el caso es que mientras Gore habla de una "verdad incómoda", los únicos que no disfrutan de comodidad son los que cuestionan esos dogmas a través de la crítica, que incluso son asociados, en un alarde de inmoralidad y por la vía de la etiqueta, a los negacionistas del Holocausto. Aquí no hay más enemigos de la ciencia que los que silencian, boicotean, amenazan e inventan patrañas contra quienes no se refugian en el confort de las supuestas verdades sancionadas. Un confort que, en este caso, asegura también dinero fresco, como de sobra sabe nuestro efectista ecolojeta.