Tranquilícense, todo era un juego. Los negociadores del Gobierno mantuvieron con la ETA una partida de ajedrez con dos clases de piezas, a saber, medias verdades y mentiras completas. Así, por esa esquina lúdica, se evadieron los mensajeros de la Paz de la curiosidad del juez. Y, desde el mismo ángulo, se neutraliza ahora la publicación de las actas que los terroristas hicieron de aquellas sesiones de "a ver quién engaña a quién". En suma: nada de cuanto ponen en boca del trío de ajedrecistas oficiosos iba en serio. A tal aprendiz mayor, o sea, Rodríguez Zapatero, tales aprendices del difunto Bobby Fisher, Karpov y Kasparov. De haber algún cinéfilo entre ellos, igual se identificaría con el caballero que reta a la Muerte al ajedrez para alargar su vida en El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman. Con la partida que abrió el presidente, sin embargo, se alargaba la vida de una banda terrorista.
No conviene desechar la frívola analogía a primera vista. Como ha contado Mikel Buesa, hay una autoría intelectual de la negociación fundada en la teoría de juegos. Aunque la ingeniería social revestida de lenguaje matemático fascinaría a Zapatero en la medida en que se adaptaba a un puñado de prejuicios ideológicos y al interés rastrero. El problema es que nada de eso es aún materia para la arqueología. Y frente a la costumbre de pasar página, tan arraigada en la democracia española, será preciso instaurar el hábito liberal, cívico, de la responsabilidad. Sea política, sea penal. Por mucho que suenen ya la melodía de la salvación por las buenas intenciones, siempre supuestas, y la dulce nana de la unidad; esa que induce al olvido alegando que la división beneficia únicamente al terrorista. ¡Más le benefician las cesiones! Y la mayor de todas consiste en hablar de política con una banda tal. Es eso lo que alarga su vida. La expectativa de negociar un precio engrasa su maquinaria. Hacerlo, con o sin engañifas, alienta la convicción de que el terror funciona y, entonces, ¿por qué lo van a dejar?
Este retorno de un pasado insepulto corre, no obstante, el riesgo de degenerar en un episodio de vuelo bajo y nulo coste. A ello contribuye que el Partido Popular, de natural dispuesto a "mirar al futuro" y más cuando el futuro parece suyo, se incline por reducirlo a una escaramuza contra Rubalcaba, vislumbrando quizás la "sucesión". Pero no es asunto éste para un despliegue de agit-prop de amateur. Ni tampoco para acabar en el juego del gallina.