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Cristina Losada

Eguiguren, la paz y los hijos

Utilizar a menores para tales menesteres siempre tiene un no sé qué repulsivo. Más cuando sirven de mascarón de proa de un proyecto de blanqueo del terrorismo.

Utilizar a menores para tales menesteres siempre tiene un no sé qué repulsivo. Más cuando sirven de mascarón de proa de un proyecto de blanqueo del terrorismo.

Dos adolescentes, las hijas de Arnaldo Otegi y de Jesús Eguiguren, recogieron el Premio Gernika por la Paz en presencia de dirigentes socialistas vascos y de Bildu. Unos días después, Rogelio Alonso, coautor del imprescindible Vidas rotas. Historia de los hombres, mujeres y niños víctimas de ETA, publicó un artículo afirmando que en aquella entrega de premios se había propugnado una "paz" sin justicia, que "escenificaban simbólicamente las dos menores al servicio de unos manipuladores intereses políticos". Decía también:

El acto de Gernika convertía a los victimarios en víctimas pues, de acuerdo con la manipuladora visión reproducida por la hija de Eguiguren, quienes están encarcelados por defender crímenes terroristas deben salir de la cárcel, ya que ahora "trabajan por la paz". A tan terrible injusticia añadía otra: un olvido sin justicia que pasa página eludiendo la rendición de cuentas política, penal y moral que una sociedad democrática necesita después de que un grupo terrorista la haya coaccionado durante décadas.

¿Algún problema con esa crítica política? Para Eguiguren, sí. Se puso como una fiera. Lo estrambótico del caso es que el presidente de los socialistas vascos acusó a Alonso de agraviar a su hija. Lo hacía en una entrada de blog, oportunamente desaparecida, y en unos términos demostrativos de que quien es capaz de entenderse con los cómplices del terror, no está hecho para la diplomacia. Estas eran algunas de sus andanadas:

"No existe nada tan despreciable que [sic] meterse con los niños de los demás". "Me gustaría insultarte como a nadie he insultado en mi vida". "A mí llámame lo que quieras. A mi familia o a mis hijos, y si son menores, ¡cuidado!". "No tienes ni idea de lo que se dijo en Gernika. No creía que eras tan insolvente, tan frívolo, tan miserable".

Ah, los menores. Eguiguren no quiso recoger en persona el premio, según dijo, por solidaridad con su amigo encarcelado y envió al escenario a su hija de 13 años. Dos adolescentes, la imagen de la inocencia, se encargaban de poner la cara amable en un acto de evidente intencionalidad política. Utilizar a menores para tales menesteres siempre tiene un no sé qué repulsivo. Más cuando sirven de mascarón de proa de un proyecto de blanqueo del terrorismo. Sea como fuere, lo que no puede ser es que sus padres los pongan de protagonistas y luego los usen de escudos.

La prensa pixela a los hijos pequeños de celebridades y políticos por un prurito proteccionista, para que no soporten la mirada pública sólo por ser hijos de quienes son. Pero si los padres despixelan a sus hijos, si los sacan a la palestra, entonces sus palabras, sus discursos y sus actos están tan sujetos a la crítica como los de un adulto. En el País Vasco ha habido, ciertamente, hijos que asumieron el papel de portavoces. Pero es que sus padres habían sido asesinados por ETA. Asesinatos que todavía no han condenado los de Bildu y compañía: los que galardonaron a Otegi, encarcelado por pertenencia a ETA, y vetaron que se premiase a Gesto por la Paz, que se manifestó siempre contra sus crímenes. Y los socialistas, de comparsas.

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