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Cristina Losada

Bildu y la magia potagia

Donde antes estaba la banda, ahora no está, y tan contentos. Se ha hecho evidente que el Gobierno impugnó a Bildu para cubrirse, desde la doblez y el engaño trapichero.

Hagamos, por un instante, como si el Gobierno hubiera sido veraz. Como si hubiera actuado desde la convicción cuando instó a la Abogacía del Estado y a la Fiscalía a impugnar todas y cada una de las listas de Bildu. Desde la convicción, claro, de que respondían a una estrategia diseñada por la banda terrorista y de que era preciso prohibirlas. Pues, ausente tal certeza, qué terrible injusticia habría perpetrado el Ejecutivo. Nada menos que acusar a unas gentes de "intachable trayectoria democrática" de estar al servicio de los planes de ETA, que eso fue lo que postularon el abogado del Estado, el fiscal, la Guardia Civil y la Policía. Es más, ahora mismo tenían que pedirles perdón por haberlos tomado por infames peones del terror. ¿Por qué no lo hacen?

Suspéndase por un momento la incredulidad, esa baza que se concede a la ficción, toda vez que no saldremos de ella, y supongamos que Zapatero, Rubalcaba y Caamaño querían impedir que se colara un títere del entramado terrorista cuando, el 20 de abril, autorizaron a los servicios jurídicos del Estado a recurrir las listas. Si esa idílica conjetura fuera cierta, el Gobierno habría recibido la sentencia del Constitucional con lógica preocupación y alarma. A fin de cuentas, su aparato jurídico y policial y el propio Tribunal Supremo concluyeron sin lugar a dudas que los individuos que van a entrar en los ayuntamientos vascos son testaferros de los terroristas. Hete aquí, sin embargo, que el Gobierno ha recibido con palmas el fallo del TC y está encantado de que se permita el retorno al poder de los tapados de ETA. Donde antes estaba la banda, ahora no está, y tan contentos. Se ha hecho evidente que el Gobierno impugnó a Bildu para cubrirse, desde la doblez y el engaño trapichero.

En esa tramoya de funestas consecuencias, le ha correspondido al presidente vasco el papel más deslucido. López puso la mano en el fuego por la impecable "catadura" democrática del nuevo Frankenstein de ETA, y ahora clama que hay que controlarlos por si resulta que no son tan buenos. El Gobierno, en su felicidad, no se ha molestado siquiera en anunciar esa vigilancia de pega. Sus próceres se encuentran muy ocupados en una tarea más trascendental: mantener a raya, y calladitos, a los auténticos enemigos de la democracia, que se hallan atrincherados, como es sabido, en el Partido Popular. Ahí y no en Bildu, está la amenaza.

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