Siento respeto por los individuos que viven siempre en un exilio interior. También por los que prefieren alejarse de su país porque su naturaleza se siente más libre y excepcional en el papel de extranjero perpetuo y preferiblemente errante. No tengo nada contra el desarraigado voluntario ni contra el que se define como apátrida, aunque se trate poco más que de poses. Pero en ninguna de esas categorías me es posible clasificar a esas gentes a las que les ha dado por proclamar su asco por España, que es casualmente un asco en el que nunca se incluyen ellos mismos: España son los otros.
Ya estoy viendo que es un trend, una moda, un comodín. Un día es un cantante popular, como Joaquín Sabina, el que dice que España le produce "rabia, vómito, asco e indignación". ¿Y qué ha hecho ahora la criatura?, se pregunta uno alarmado. Pues nada, o sea, nada más que proporcionarle al feliz cantante, cada día, un surtido de malas noticias "a cuál más apestosa". Vaya por Dios, no lea los periódicos, buen hombre. Lea prensa atrasada, la de los años 2007 y 2008, cuando se fraguaba la tremenda crisis y usted hacía campaña por un Zapatero que insistía en negarla y en tirar con alegría el dinero público para ganar elecciones.
Al otro día es una escritora como Almudena Grandes la que confiesa, en apocalíptica diatriba, el asco y las "ganas de vomitar" que le da "este país de todos los demonios". Su diablo personal, en este caso, es el ministro de Justicia. Su proyecto de ley del aborto le repugna con "el viejo y pestilente aroma de la represión". Yo no diría ahí "aroma", pero la escritora es ella. Aquí estamos, como antes, en el asco sectario. Básicamente, lo que les produce asco es que no gobiernen los suyos.
España les da vomitona cuando la mayoría de los españoles elige a un gobierno de derechas. No importa que haya obtenido mayoría en las urnas, incluso lo rechazan con más visceralidad cuando dispone de mayoría absoluta. A sus ojos, un gobierno de derechas es siempre un usurpador y les parece intolerable que legisle más o menos en concordancia con sus ideas. Entonces son, como dijo también Sabina, "estos cabrones dictando leyes". Sólo un gobierno de izquierdas puede y debe legislar al dictado de su ideología, y ¡viva la democracia!
Sería un agradable cambio que estos personajes, en lugar de manifestar su asco por una España que les ha dado popularidad y dinero, renunciaran por lo menos a hacer dinero en el país que tanto les repugna. No vayan a infectarse.