Subido al toro mecánico que él mismo puso en marcha, Artur Mas insiste en que si no hay consulta convocará elecciones plebiscitarias. El término ha hecho cierta fortuna, como si guardara algo imponente en su hueca solemnidad, por lo que no es mal momento para preguntarse, al modo de Corcuera, qué diablos es eso de las elecciones plebiscitarias. Un concejal del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona, Gabriel Colomé, que además es politólogo, sostuvo allí hace unos meses que elecciones plebiscitarias eran "las que se hacían en la Alemania de los años 30", cosa que indignó mucho a los de Esquerra.
Bien, indígnense cuanto quieran, pero en las democracias liberales, en las que llamamos simplemente democracias, no se celebran elecciones plebiscitarias. Si buscan un ejemplo actual de la transformación de elecciones en plebiscitos, lo encontrarán en la Venezuela de Chávez y en la post-Chávez. Esa trapacera clase de elecciones son un simulacro, un sucedáneo de los procesos electorales propios de una democracia, y sirven, típicamente, para legitimar liderazgos carismáticos o estabilizar regímenes autoritarios. Estos son los antecedentes.
Cuando convoque las próximas elecciones, Artur Mas podrá repetir hasta desgañitarse que en las urnas sólo se dirime la secesión de Cataluña. Igual que dijo respecto de las últimas, por él anticipadas, que se decidía la celebración de una consulta… y perdió doce escaños. Pero ese acotamiento de las elecciones a un solo asunto, esa mutación subrepticia de las elecciones en referéndum, sólo le obliga a él. Partidos como el PP, Ciudadanos y PSC se presentarán a unas elecciones normales, no a un fantasmal plebiscito. Mas no puede reducir el campo de elección de los votantes a la disyuntiva que plantea, ni podrá interpretarse el voto únicamente en función de ella. Mal que le pese, lo que convocará son unas elecciones, no un referéndum.
Adjetive como adjetive esa convocatoria, lo que tendrá al día siguiente, en el caso para él más ventajoso, es lo que ya tiene ahora: una mayoría partidaria de la secesión en el parlamento autonómico. Estará entonces ante el mismo dilema que trata de sortear con el subterfugio plebiscitario. Es decir, entre saltarse la ley, que es saltarse la democracia, o no saltársela. Entre salir al balcón a anunciar el Estat catalá o subirse al AVE a Madrid a ver qué le ofrecen. Aunque quizá haya una diferencia importante entre las dos situaciones, y es que Mas puede verse degradado al papel de actor secundario. Porque el presidente catalán nos quiere plebiscitar, pero ante todo será él quien se plebiscite. Si hay algún plebiscito en danza, es el plebiscito entre CiU y Esquerra. Y ya se vislumbra cuál de los dos va a perderlo.