Algunos pasamos la juventud a la sombra, que teníamos por luz, de la profecía del hundimiento del capitalismo. No éramos los primeros. Varias generaciones creyeron con fe inamovible que aquel ocaso estaba a la vuelta de la esquina. De un momento a otro, ocurriría. Sucedió, en cambio, que falleció el comunismo, exponente de la economía planificada sin propiedad privada y (es un decir) de la sociedad sin clases. No por ello retrocedió la fantasía a su reino. Será que la ideología no se destruye, se transforma. Y aquí nos vemos, en nuestra madurez, bajo los rayos de otra profecía. Anuncia un próximo día del Juicio Final por las ofensas contra la Naturaleza cometidas por el ser humano.
Diluvios y huracanes, calores y fríos, hielos que se derriten y mares que tragan la tierra, todo eso, tan antiguo, reaparece en las soflamas de los posmodernos profetas del apocalipsis climático. No se envuelven en túnicas andrajosas, sino en el manto inapelable de la ciencia, como los marxistas de otrora. ¿Que falsifican datos? Peccata minuta, es por una buena causa. Y esos híbridos de Marx y Nostradamus tienen éxito. Temblar ante el espectro de la catástrofe debe de colmar algún deseo primitivo. Aunque no basta. En sintonía con milenarismos de siglos pasados, el que nos ha tocado en suerte goza de un atractivo extra. Nos declara culpables. Es el hombre el que, en su codicia, rapacidad y estulticia cava su propia tumba. Desde que la religión hizo mutis, compiten por su puesto las religiones seculares. La Naturaleza es dios, el IPCC su profeta y la Humanidad, la pecadora, como ha sido siempre.
El socialismo de antaño despreciaba la salud de bosques, ríos, mares, flora y fauna. Dejó un legado ecológico espantoso y el tóxico regalo de Chernobyl, que aún sirve para excitar el pánico. Pero su parentesco con la escatología climática se manifiesta en su común enemigo. La parusía socialista o no llegó o se retrasa. Sin esa esperanza, el sentimiento anticapitalista, el descontento con la modernidad, sólo puede creer en la debacle. La explotación salvaje de la Naturaleza toma el lugar de la del hombre por el hombre, pero el mal continúa donde estaba. Hasta aquí, más o menos, lo explicable. Luego viene el misterio. Gobiernos ajenos a tales prejuicios ideológicos, los hacen suyos y avalan la superchería. Qué duro es nadar contracorriente. Y cómo gusta el poder de extender sus tentáculos.