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Cristina Losada

Abajo los privilegios

En ese ¡abajo los privilegios! suena algo más que la pura racionalidad del gasto y del ahorro. Se entromete el afán igualitario. A fin de cuentas, hablamos de clases, aunque se trate de las que rigen en los aviones.

Los representantes del pueblo no han de tener privilegios. Así dicta, en breve, el clamor que ha levantado en España la negativa de los eurodiputados a viajar en clase turista, como cualquier hijo de vecino. La propuesta de bajar de categoría aérea provenía, como es natural, de un miembro de la izquierda. De la portuguesa, para más señas. Pero el grito contra el confort viajero de los parlamentarios ha traspasado las fronteras ideológicas: un raro consenso. Es evidente que los diputados deben dar ejemplo y apretarse el cinturón en tiempo de austeridades. Incluso en sentido literal: en turista irán más comprimidos. Hasta ahí, poco que objetar. El control del gasto tendría que ser más estricto. Y, por descontado, conviene investigar y sancionar a esos listillos que se dedican a la picaresca.

La objeción afecta al concepto. El concepto en cuestión es el de representantes del pueblo. Bien mirado, la indignación por este asunto obedece a que los enojados no consideran a los eurodiputados como sus representantes. Si los tomaran por tales, querrían que viajaran en las mejores condiciones a fin de que trabajaran y rindieran al máximo. Por la misma razón que las empresas llevan a sus directivos en primera. Más aún, si los vieran como sus portavoces, desearían que viajaran –y vivieran– con la mayor dignidad posible. En suma, tendrían privilegios. El problema es que sólo los ven como parásitos inútiles. Pero, entonces, dejémonos de cataplasmas populistas y pídase el cierre de la Eurocámara.

En ese ¡abajo los privilegios! suena algo más que la pura racionalidad del gasto y del ahorro. Se entromete el afán igualitario. A fin de cuentas, hablamos de clases, aunque se trate de las que rigen en los aviones. Cuando se dice que "ellos no se pueden permitir lo que no nos podemos permitir nosotros" no se reclama la igualdad de derechos, sino la igualdad en todo. Lo propio de la izquierda, que tanto ha explotado el resentimiento social de siempre. Y en esta crisis, ese resentimiento no se dirige, como antaño, contra los banqueros, los plutócratas, los burgueses de barriga y chistera, que vivían como rajás a cuenta del proletario famélico. Retiradas de la escena esas caricaturas, el hueco de los privilegiados han pasado a ocuparlo los representantes del pueblo. Que se anden con cuidado. Las iras de la plebe ya marchan contra ellos.

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