Toxo y Méndez han lamentado que no se hable del éxito de la manifestación del otro día, que ambos apoyaron, sino de "los incidentes". Bien, me temo que ése es su problema y el de los organizadores. La violencia tiene la fea costumbre de eclipsar todo lo demás. Absolutamente. Pero lo llamativo es esa preocupación invertida a la que daban voz los dos sindicalistas. Que preocupe que la violencia eclipse el mensaje de un acto y no preocupe, en primerísimo lugar, que la violencia estallara en ese acto. Porque lo que se está diciendo, en corto, es que el mal no es la violencia, sino el hecho de que la violencia concentre la atención pública.
Este peculiar orden de prioridades no es privativo de Toxo y Méndez. Es el orden que han venido estableciendo comúnmente gentes de la izquierda cuando la violencia nace de los suyos. Es su orden público. Un modo de evitar un rechazo taxativo que explica que la violencia surja una y otra vez al calor de este tipo de actos. Porque es cierto que hay, entre los que acuden a ellos, grupos decididos a liarla parda. Pero lo es también que esos grupúsculos cuentan con el abrigo que les proporcionan los organizadores respetables: nunca se les ve reclamando que les caiga el pelo a los agresores, al contrario, lo que piden por norma es su inmediata puesta en libertad, que salgan como inocentes, incluso como héroes. Si esto no es legitimar la violencia, se le parece mucho.
Yo no sé si los organizadores del 22-M podían haber controlado a los violentos in situ, como se hacía antaño mediante servicios de orden. Estos días de repaso a la Transición se recordaba la célebre concentración que organizó el PCE en 1976 en el funeral de los abogados laboralistas asesinados en Atocha. A uno de los dirigentes de CCOO entonces, Nicolás Sartorius, le oí decir al respecto que se puso "un servicio de orden que ya quisiera la policía". Eso digo yo: ya hubiera querido la policía que los del 22-M tuvieran un servicio de orden de verdad. Mejor dicho, ya hubieran querido los ciudadanos que los organizadores organizaran su acto.
Ignoro aquello, pero sé esto: al pedir la libertad de los detenidos, los que llevan la voz cantante del 22-M están protegiendo a los que hicieron destrozos e hirieron gravemente a decenas de agentes. Al tiempo, muy cucos, tratan de protegerse del desprestigio mediante una delirante teoría que achaca los disturbios a "provocadores parapoliciales". Y yo pregunto: si eran polis infiltrados para provocar, ¿cómo piden su puesta en libertad? No espero que respondan. Pero lo importante es el consentimiento tácito. El efecto de la violencia no ha de medirse únicamente por los daños materiales: su objeto primordial es ejercer coacción. Los que se ponen de perfil ante la violencia son los que desean beneficiarse de su efecto coactivo. Sin mancharse las manos, of course.