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Clifford D. May

Demonizando a quienes nos protegen

Se está intentando llevar de nuevo a los americanos a un mundo pre-2001. Se está lanzando el mensaje de que ahora no tenemos que hacerle frente a ninguna crisis, que los americanos no tienen que sentirse excesivamente preocupados por los islamistas.

Durante los años 90, la mayoría de americanos pensaba que estábamos viviendo un período de paz y prosperidad sin precedentes. Hasta nos gastamos "el dividendo de la paz" recortando el gasto militar y de inteligencia. La Guerra Fría había terminado. No teníamos enemigos dignos de nuestra preocupación. Ésa era la ortodoxia del momento, la narrativa aceptada en aquella vertiginosa era.

El hecho de que terroristas islamistas atacaran a los americanos con regularidad –por ejemplo en Nueva York en 1993, en las Torres Jobar en 1996, en dos de nuestras embajadas en África en 1998, frente a las costas de Yemen en 2000– no llevó a la mayoría de políticos a concluir que había una crisis que urgía abordar. Por tanto, los catastróficos ataques del 11 de septiembre de 2001 fueron un choque y una sorpresa. 

Después del 11 de septiembre, era obvio que estábamos ante una crisis de seguridad nacional que se había emprendido una guerra contra Estados Unidos y Occidente. Como respuesta se implementó una extensa política antiterrorista. Se persiguió y eliminó terroristas. A otros se les capturó y se les interrogó. En unos cuantos casos, las "técnicas de interrogatorio mejoradas" se autorizaron para forzar a terroristas "con alto valor informativo" a que revelaran lo que sabían sobre ataques planeados pero que aún no se habían llevado a cabo.

A pesar de todo ello, la mayoría de expertos predijo que habría más atentados contra americanos y que no tardarían en suceder. Curiosamente, los mismos que ahora se apresuran a atribuir al presidente Obama que nos haya evitado una segunda Gran Depresión gracias a sus paquetes de estímulo, dicen que dudan de que haya correlación alguna entre la política antiterrorista de la administración Bush y la seguridad de la que hemos disfrutado durante los ocho años desde su puesta en práctica.

El ex vicepresidente Dick Cheney no está de acuerdo con esa premisa. Según sus propias afirmaciones, la política antiterrorista de la administración Bush "proporcionó la mayor parte de la inteligencia adquirida sobre Al Qaeda. Las actividades de la CIA para llevar a cabo la política de la administración Bush han dado como resultado directo que hayamos podido impedir todas las tentativas de Al Qaeda para atentar contra Estados Unidos y causar matanzas masivas". 

Ahora no sólo se han abandonado algunos principios de esa política de acción. El fiscal general de Estados Unidos Eric Holder también se está esforzando en demonizar y, posiblemente, llevar a juicio a aquellos que concibieron o llevaron a cabo esa política. Que los abogados de la actual administración procesen a los abogados de la administración anterior porque discrepan de su asesoría legal marcará un antes y un después en la historia de Estados Unidos. Eso será algo común en repúblicas bananeras. Pero, en Estados Unidos, solía ser suficiente que un partido venciera al otro en las urnas. Mandar a la cárcel a los adversarios políticos se consideraba excesivo.

Peor aún, todos los casos de la CIA en cuestión ya han sido analizados por el inspector general de la agencia. Luego se entregaron todos los casos a abogados del Departamento de Justicia que decidieron no llevar a los tribunales ninguno de esos casos excepto uno (el de un contratista de la CIA que mató a golpes con una linterna a un detenido). Puede que reabrir los casos técnicamente no constituya doble enjuiciamiento, pero casi lo raya. 

Debido al descuido, al partidismo o a una combinación de ambos, la mayor parte de los medios de comunicación ha hecho que parezca que los abusos acaecidos en Abu Ghraib –abusos denunciados y procesados por el ejército– están de alguna manera ligados a los memorándums del Departamento de Justicia autorizando técnicas coactivas limitadas para lograr que altos líderes de Al Qaeda canten lo que saben.

Apuesto a que ahora hay gente que cree que Lynndie England era una interrogadora entrenada por la CIA y no una chiquilla que vivía en un complejo de casas rodantes en Virginia Occidental, que se alistó en la reserva del ejército y a la que se envió a cuidar una cárcel en Bagdad donde ella se divirtió maltratando presos por elección propia. También creerán que ella se leyó los memorándums del Departamento de Justicia y que actuó bajo sus instrucciones como parte de una operación secreta planeada por el gobierno para conseguir datos de inteligencia.

A todo esto, no es correcto referirse a esos memorándums como "los memorándums de la tortura" que es como los han presentado en la mayoría de notas de prensa. En realidad son memorándums antitortura: trazan una línea roja entre la tortura, algo que está prohibido, y duras, pero legales, técnicas diseñadas para espolear a terroristas poco cooperativos a que revelen información sobre operaciones en marcha. Uno puede discrepar sobre dónde debe estar la línea roja exactamente –¿cuántas horas de privación del sueño constituyen tortura?– pero no se está siendo serio si se afirma que no se hizo ningún esfuerzo por definir dónde poner esa línea. Ni se puede discutir tampoco, basándose en la evidencia publicada, que estos métodos no sirvieron para prevenir atentados terroristas y que no salvaron vidas americanas. Algunos pueden creer que eso es irrelevante, pero probablemente la mayoría no piensa así.

Se está intentando llevar de nuevo a los americanos a un mundo pre-2001. Se está lanzando el mensaje de que ahora no tenemos que hacerle frente a ninguna crisis, que los americanos no tienen que sentirse excesivamente preocupados por los islamistas militantes que están librando una guerra contra nosotros. De hecho, esta Casa Blanca y este Departamento de Justicia ya no hablan de guerra, sólo de los crímenes perpetrados por los terroristas y –con más vehemencia– en contra de los que han intentado frustrarlos.  

Es probable que pase mucho tiempo antes de que un terrorista capturado vuelva a decirle a un interrogador americano lo que sabe. También puede que pase mucho tiempo antes de que capturen a otro terrorista. Por ahora, al menos, todavía se permite usar aviones robot para matar terroristas en rincones remotos del mundo como Waziristán. Aunque, tal y como están las cosas, ¿le gustaría a usted ser el miembro de la CIA encargado de apretar ese gatillo?

©2009 Scripps Howard News Service
©2009 Traducido por Miryam Lindberg

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