Ah, el aeropuerto, donde se forjan los héroes corrientes de hoy. El aeropuerto, donde ese inspirado auxiliar de vuelo hizo lo que todo hijo de vecino que haya viajado alguna vez en la lata de aluminio volante –en el que simulamos colectivamente que un puñado de cacahuetes es un almuerzo y un cojín de respaldo es un "dispositivo de flotación"– ha soñado siempre con hacer: tirar de la palanca, expulsar la puerta, soltar el dispositivo inflable de evacuación, agarrar una cerveza, deslizarse hasta la pista y atravesar las puertas hacia la cordura que reina más allá. Desde que Rick y Louis desaparecieran en la niebla de Casablanca camino de la guarnición de la Francia Libre en Brazzaville, nunca un paseo por la pista de aterrizaje emocionó a tantos.
¿A quién le importa que el auxiliar pirado fuera detenido, declarado culpable de diversos cargos, y que, para empezar, fuera probablemente un grosero y desagradable hijo de puta? Bonnie y Clyde eran unos psicópatas, pero ¿qué chaval de los 60 no se enamoró de Faye Dunaway y Warren Beatty?
Ahora, tres meses más tarde, aparece un nuevo héroe aeroportuario. No aplicó su genio a innovar en la forma del desembarco, sino en la deconstrucción del proceso entero de embarque. John Tyner, hábilmente armado con un iPhone para inmortalizar en YouTube el encuentro, opuso resistencia al guardia de la Agencia de Seguridad en el Transporte que estaba a punto de someterle a la última ocurrencia del Departamento de Interior: un cacheo integral con las palmas de las manos abiertas por toda la anatomía del sujeto. El joven ascendió de forma meteórica a la categoría de mito, o al menos a la nueva edición del diccionario de citas Bartlett’s, cuando advirtió al agente que no tocara "mi culo".
No guarda gran parecido con la elegancia dieciochesca del "No me pisotees", pero la era de Twitter tiene una cadencia distinta a la del mosquetón. El encanto arcaico que le falta al grito de guerra lo compensa con su contundente sonoridad.
No me toques el culo es el himno del hombre moderno, del patriota revolucionario del té, del anciano liberal, del votante de las últimas elecciones. No me toques el culo, Obamacare: fuera de la consulta de mi médico, que llevo una bata delgada de papel abierta por la espalda. No me toques el culo, Google: Street View es guay, pero fuera de mi calle. No me toques el culo, matón de aeropuerto: mi paquete no pertenece a nadie más que a mi. Y a todo esto, ¿en serio piensas que soy un chiflado nigeriano que se prepara para una orgía con 72 vírgenes volando mis partes por los aires en la antesala del paraíso?
En Up in the Air, esa irónica visión del frenesí de la vida aeroportuaria, George Clooney explica el motivo de ponerse siempre detrás de los asiáticos en la cola de la seguridad:
– Llevan poco equipaje, viajan con eficiencia y llevan un cacharro para calzarse los zapatos. Dios los bendiga.
– ¡Eso es racista!
– Hago lo que mi madre: estereotipos. Es más rápido.
Este diálogo nos gusta porque todos sabemos que la mera existencia de la cola de seguridad es un homenaje nacional a la corrección política. En ninguna otra parte hay tantas personas que accedan mansamente a tomarse las molestias más inútiles y la indignidades más innecesarias a cambio de menos. Ancianos enjutos se contorsionan para desatarse los zapatos; hombres de negocios sin cinturón luchan cómicamente por mantener subidos sus pantalones; niños de tres años berrean mientras son registrados en busca de explosivos... cuando todo hijo de vecino sabe perfectamente que ninguno de ellos constituye una amenaza para nadie.
Nos convencemos de que pasar por toda esta estupidez es un pequeño precio que tenemos que pagar para garantizar la seguridad del transporte aéreo. Tonterías. Esto no tiene nada que ver con la seguridad: el 95% de estas inspecciones, registros, descalzados y cacheos son ridículamente innecesarios. La única razón por la que seguimos pasando por esto es que tenemos demasiado miedo incluso a plantear el tabú absurdo contra emplear perfiles, pese a que el del terrorista aéreo es preciso, concreto, perfectamente definible y universalmente conocido. De manera que en lugar de buscar terroristas, buscamos tubos de gel en las bolsas de los cochecitos.
La revuelta del culo marca el límite de estupidez que una opinión pública dócil va a tolerar. ¿Detectores de metales? ¿Registros con palmaditas? Venga, vale. Vamos a tragar y a simular que los terroristas aéreos se distribuyen aleatoriamente entre la población.
¿Pero ahora insiste en una imagen integral, una representación bastante precisa de mi imagen desnuda va a ser escrutada por un total extraño? O como alternativa, ¿el cacheo integral que, como destacaba correctamente el caballero del culo, constituiría acoso sexual si lo realizara cualquier otra persona?
Esta vez has ido demasiado lejos, Gran Hermano. Has despertado al gigante dormido. Coge mis zapatos, quítame el cinturón, hazme perder el tiempo y pon a prueba mi paciencia. Pero no me toques el culo.