Señalaba yo hace algunas entregas que sólo con bastante reticencia me había acercado al debate provocado por Pío Moa al decir que los liberales debíamos asumir a Franco. Tras ver lo que pretende ser una respuesta –no lo es ni de lejos– ya concluida a mis posiciones, he de señalar que me siento profundamente decepcionado. De entrada, y hasta el momento, Pío Moa no ha rebatido con fuentes ni una sola de mis posiciones. Es más, llama la atención por la ausencia total de citas en apoyo de sus asertos. En la primera entrega, lo encontré medroso, como si temiera que del debate pudiera derivar su salida de Libertad Digital. A fin de cuentas, Moa provocó hace un año la salida de José María Marco de Libertad Digital. Sumergido en un bochornoso episodio de caza de brujas, Marco se marchó asqueado del acoso de la peña moísta.
En la segunda, sentí un cierto sonrojo al comprobar que lo más a lo que llegaba era a acusarme de protestante y de anglómano. Se me escapa por qué esas categorías tendrían que ser negativas para un liberal, pero no soy tan torpe como para no percatarme de que pueden servir para tocar el cuerno con el que congregar a cierto tipo de personas para las que la libertad religiosa o la mención de la "pérfida Albión" constituyen un toque a rebato. En la tercera, Moa volvió a repetir la cuestión achacándome un cierto parecido con Preston. Ciertamente, el británico y yo tenemos sobrepeso y llevamos gafas, pero, aceptadas esas similitudes, las diferencias son notables. Eso sí, la sola mención de un personaje al que yo mismo he criticado severamente volvía a colocarme en el mundo de los malos dentro de ciertos imaginarios. Decepcionante, muy decepcionante porque Moa no destaca precisamente por su metodología. Por último, en su entrega final –quizá la que más me ha decepcionado– Moa ha vuelto a exponer una Historia rosada –y falsa– sobre el papel de Franco en la Transición y en otros aspectos.
Los efectos de este acercamiento han sido dignos de considerar. Ya al calificarme de anglómano y protestante, se movilizaron inmediatamente contra mi algunos hooligans que se han atrevido a amenazarme en Facebook y por sms. Moa había convocado –quiero creer que de manera involuntaria– en apoyo suyo a las muestras de reacción más terrible que he tenido ocasión de ver en muchos años. A este respecto, quizá Pío Moa debería preguntarse el porqué del apoyo en este debate no de los liberales sino de personajes como el nieto de un conocido ultraderechista que, primero, me instó a no discutir nada con Moa y luego se ha entregado directamente a la amenaza afirmando que toma nota de lo que digo para cuando llegue la hora en que me lo tengan que hacer pagar. El personaje en cuestión ha desencadenado una cruzada en la red contra mí de la que espero que se canse. Ver cómo el viernes pasado nos cercaban los indignantes en Murcia, cómo el miércoles Wyoming arremetía contra Federico y contra mí en la Sexta y cómo, durante la tertulia del martes, alguien enviaba un sms en que él decía "¡Viva Moa!" para, acto seguido, acusarme de "judío" provoca un efecto cansino. No voy a decir que me sorprenda lo sucedido, porque el conocimiento de la Historia de España enseña que determinados demonios colectivos acaban saliendo a la luz sobre todo cuando alguien los agita. Sí me preocupa, no obstante, por lo que afecta a Pío Moa, a su imagen y a la consideración que merece su obra.
Por mi parte, mantengo mis tesis que no sólo no han sido refutadas sino ni siquiera rozadas por Pío Moa:
1. Franco no puede ser asumido por los liberales porque fue un antiliberal fanático y decidido. Moa puede hablarnos de las maravillas que vivió España en los años cuarenta y cincuenta y quedarse tan fresco, pero las fuentes dicen lo que dicen. A menos –claro está– que tengamos que llegar a la conclusión de que dicen lo que dicen cuando Largo Caballero hablaba de su deseo de ir a la guerra civil, pero no lo dicen cuando Franco culpaba de todo al liberalismo y que, por supuesto, el Sumo Pontífice que decide cuando la fuente dice lo que dice y cuando no lo dice es precisamente Pío Moa. Dado que, como Moa sabe, yo no creo en esa clase de pontífices infalibles, comprenderá que no pueda aceptar su punto de vista. Tampoco lo aceptará ningún historiador serio.
Si conociera las fuentes, Moa sabría, por ejemplo, que el espíritu de la ley de convenios colectivos del franquismo –causa en no escasa medida de cinco millones de parados y de una cifra endémica de desempleo que arrastramos desde los setenta– ha pervivido contra viento y marea creando una rigidez de mercado laboral dañina y pavorosa. Se pregunta Moa que cómo llegó entonces España al pleno empleo. De nuevo, el estudio de las fuentes le da la respuesta: más de un millón de emigrantes en el extranjero, una escasa incorporación de la mujer al mercado de trabajo y una liberalización que comenzó con el Plan de Estabilización –porque la economía de los cuarenta y cincuenta, querido Pío, había sido una calamidad y había arrastrado a España a la ruina– y que, mientras duró, permitió el desarrollo. Este desarrollo concluyó años antes de la muerte de Franco. En 1973, el Gobierno de Franco no supo enfrentarse a la crisis salvo adoptando medidas tan estúpidas como la de reducir la velocidad, la misma que adoptaría ZP décadas después. Fruto de esa incompetencia fue que en 1974 España entrara en recesión y el paro comenzara a elevarse. La época dorada del franquismo en términos económicos se había terminado antes de la muerte del general y la Transición tuvo además que enfrentarse con problemas propios. Sin embargo, a día de hoy, buena parte del desesperante desempleo que sufre España –y que ni siquiera en época de Aznar llegó a una cifra aceptable– se la debemos a un concepto del mercado de trabajo típico del franquismo.
Franco –y debo insistir en ello– era presa de esa visión agraria propia del pensamiento reaccionario católico del siglo XIX y una y otra vez –aduce tan sólo algunos testimonios– manifestó su desconfianza hacia el capitalismo y el liberalismo económico. En eso, como en tantas cosas –recordemos, por ejemplo, "la tradicional amistad con los pueblos árabes"– era hijo de su tiempo y no quiso o no supo aprender. Dado que semejante visión sólo ha funcionado en las novelas de Pereda o en los libros de Tolkien –grandes autores ambos, pero no precisamente mentes preclaras en el terreno de la economía–, los resultados fueron funestos. Gracias hay que dar a Dios de que los ministros del Opus –independientemente de la mayor o menor simpatía que puedan provocar sus creencias– sí eran gente preparada que impulsaron el Plan de Estabilización de finales de los años cincuenta.
Por último, he de hacer referencia a un argumento esgrimido por Moa en el sentido de que hubo liberales que apoyaron a Franco. Es más que dudoso que algunos de los personajes citados merezcan el calificativo de liberales, pero aunque así fuera, de ahí no se desprende que los liberales deban asumir a Franco y el franquismo. También hubo nacionalistas catalanes y vascos que acudieron buscando que les salvaran la fabriqueta y no me da la sensación de que esa circunstancia convierta a Franco en un personaje asumible por los nacionalismos vasco y catalán. Por otro lado, no faltaron tampoco los liberales que nunca regresaron a su patria por la sencilla razón de que les resultaba imposible vivir bajo la dictadura franquista. Como tantos españoles exiliados –desde Averroes y Maimónides a Madariaga o Sánchez Albornoz pasando por Francisco de Enzinas, Cipriano de Valera o Blanco White– quizá no sean muy conocidos para el común de sus compatriotas, pero su papel en la cultura universal resultó extraordinario.
2. Mantengo que Moa ha escrito un par de buenos libros sobre la Segunda República, pero tiene una ignorancia considerable en otras áreas y eso incluye buena parte de la propia Historia del franquismo. Al empeñarse en "sostenella y no enmedalla" lo único que consigue es empañar libros que son notables y que merecen la pena ser leídos. Por ejemplo, sostuvo hace unos meses que no tuvo nada que ver la exigencia de libertad religiosa con que España no recibiera el Plan Marshall. Las fuentes al respecto son indiscutibles; de diverso origen y aparecen recogidas incluso en obras de autores nada sospechosos como Luis Suárez. ¿Ha reconocido Moa que se equivocó? No, ni lejanamente. Al actuar así, seguramente entusiasma a ese público al que los términos "protestante", "judío" o "anglómano" enardecen, pero no fortalece su posición. A decir verdad, la debilita incluso en otras cuestiones en las que tiene sobrada razón. Ése es, a mi juicio, el gran drama con el que se enfrenta Moa, pero demasiado empeñado en sostener sus propios mitos no se percata de hasta qué punto, al fin y a la postre, es él quien más daño se está haciendo.
3. Franco no trajo la democracia ni lo pretendió. Pío Moa se empeña en que Franco trajo la democracia. Las fuentes muestran exactamente lo contrario. Franco creyó en la permanencia de su régimen, pretendió que se perpetuara y designó un sucesor con esa finalidad de acuerdo con las leyes fundamentales del Movimiento. Al respecto, los datos son irrefutables, citando yo en mi tercera entrega algunos a título de ejemplo. La democracia no nació del franquismo sino de la traición a Franco y la demolición del franquismo. Así lo supieron ver los franquistas leales –como Blas Piñar, Girón o González de la Mora entre otros– y lo censuraron agriamente. Lo hicieron porque se percataban de que con cortinas de humo, como la de "de la legalidad a la legalidad", se desguazaba totalmente un régimen al que se había jurado lealtad.
Por supuesto, se puede discutir si esa traición no fue precisamente un gran servicio a España. Los franquistas irredentos dirán que no y que la prueba está en cómo anda el país; otros pensamos que lo fue aunque algunos resultados posteriores hayan dejado mucho que desear. Para colmo, de entre aquellos que traicionaron el franquismo surgió un sector muy importante de la izquierda, algo, por cierto, que Moa debería saber sobradamente. De Cebrián a Manuel Chaves, de Anguita a Cristina Almeida, de Rubalcaba a Fernández de la Vega lo que encontramos es una izquierda amamantada a los pechos del franquismo y que conserva muchos de sus tics ideológicos. Temo que a más de uno le escocerá, pero esa insistencia en ver en el capitalismo un régimen sin corazón, en considerar a Israel un Estado agresor, en creer en la "tradicional amistad con los pueblos árabes", en contemplar al Estado como un ente providente sin pararse a pensar en lo que costarán sus dispendios hunden sus raíces no sólo en la izquierda sino también en el franquismo.
Comprendo que a Moa le duela reconocerlo porque ha convertido esa afirmación en una especie de piedra angular de su análisis de la realidad contemporánea, pero la democracia no viene del franquismo y, precisamente, porque es así no pocos análisis actuales –no todos, afortunadamente– de Moa son erróneos. La democracia vino –insisto en ello de nuevo– de traicionar a Franco y al franquismo. Añadamos que esos movimientos comenzaron ya en los años sesenta e incluyeron, salvo en el ejército, a todos. La iglesia católica –deseosa de salvar los muebles del Concordato– comenzó a distanciarse en la década de los sesenta tendiendo puentes hacia los nacionalismos vasco y catalán, e incluso la izquierda. Al respecto, los documentos cruzados entre la conferencia episcopal y Franco –buena parte de ellos publicados por Ricardo de la Cierva– son enormemente iluminadores aunque nunca los he visto citados por Moa. Lo mismo sucedió incluso con miembros de Gobiernos de Franco. López Bravo –al que Franco salvó personalmente del escándalo Matesa– lo calificó en Bruselas de "vejestorio" a la vez que pedía ayuda para establecer una democracia a su muerte. No fue la suya una excepción y es que no deja de ser significativo que lo que Moa interpreta como aceptación del Régimen fuera en muchos casos la simple y tranquila espera a que el dictador se muriera. Algunos fueron fieles a Franco –el suegro de Ruiz Gallardón, por ejemplo– pero la mayoría se apresuró a distanciarse del Régimen y a cambiarlo por algo radicalmente distinto. Comprender fenómenos como ése contribuyen, desde luego, a explicar muchas más situaciones actuales que esa afirmación, totalmente carente de base, de que la democracia nació del franquismo.
Aún desearía ir un paso más allá. La mera existencia del franquismo debería llevarnos a reflexionar sobre la forma en que nuestra Historia contemporánea fue una sucesión deplorable de fracasos. Por supuesto, durante el s. XIX vivieron en España personajes preclaros como el Empecinado y Galdós, Clarín y Goya, pero no es menos cierto que España como nación no logró llevar a cabo una revolución liberal que se asentara, que se desangró en guerras civiles donde una de las partes defendía ese agrarismo confesional y cerril que tanto daño nos ha hecho históricamente y que se incorporó tarde y mal –cuando lo hizo– a fenómenos vividos por otras potencias. La misma izquierda, aparición tardía, se configuró sobre esos moldes mal pergeñados y, al fin y a la postre, la monarquía parlamentaria se desangró, la segunda república fue un fracaso y desembocamos en una dictadura cuyo dictador murió en la cama. Para los franquistas habrá sido maravilloso y siempre estarán los que digan –con razón– que peor hubiera sido Hitler, Stalin o, si me apuran, Idi Amín. Sin embargo, el franquismo es una prueba más del fracaso de España –con el reparto que luego se haga de responsabilidades– para modernizarse adecuadamente.
Otro tema relacionado, pero en el que no voy a entrar, es el del papel de las potencias extranjeras en la Transición. Fue considerable, pero Moa lo descarta prácticamente de un plumazo. Es una pena que actúe así porque de conocer esas fuentes y utilizarlas, comprendería, por ejemplo, por qué el PSOE desplazó con enorme facilidad al PCE convirtiéndose en el partido hegemónico de la izquierda.
4. Algunas de las personas cuyo apoyo concita provocan inquietud. Quiero creer que Pío Moa no pretende lograr que lo jaleen personajes cuyos comentarios provocan escalofríos y que tampoco tiene la pretensión de conjurar espectros de intolerancia religiosa. Quiero creerlo, pero da pavor el ver lo que han escrito los que se dedican a apoyarlo con más fe que razón y para ello recurren al insulto religioso, racista y antisemita. Insisto en ello. Ya es revelador que no haya un solo liberal que compre la mercancía de Moa de que los liberales deben asumir a Franco, pero que la jaleen determinados sujetos es para sentir una profunda desazón. No creo, sinceramente, que esa circunstancia lo beneficie.
Una última nota. Si Moa quiere debatir en serio, citando fuentes documentales, aportando datos fidedignos, aduciendo testimonios históricos, a pesar de que tengo ocupaciones más importantes, yo estoy dispuesto. Si, por el contrario, como ha hecho hasta ahora, no va a citar una sola fuente, se va a limitar a enhebrar fábulas y va a volver a acusarme de protestante y de anglómano para que otros me tilden de judío e incluso de estar a las órdenes de las logias, no tengo tiempo que perder.