Este miércoles se cumplirán dos años exactos del día en que 10.866.566 españoles dieron al PP y a Mariano Rajoy su confianza, lo que se tradujo en una holgada mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, con 186 escaños de un total de 350. Ese mismo día, el PSOE cosechó el peor resultado de su historia reciente: le votaron 7.003.511 ciudadanos –4.300.000 votos menos que en marzo de 2008–, lo que dejó en 110 diputados.
Transcurridos veinticuatro meses desde entonces, o, si se prefiere, cuando falta el mismo periodo de tiempo para las próximas elecciones generales, todas las encuestas conocidas –con mas o menos cocina– coinciden fundamentalmente en tres cosas: que el PP pierde casi un tercio de su electorado y, por tanto, la mayoría absoluta; que el PSOE, con Rubalcaba de líder, no solamente no se recupera sino que incluso sigue hundiéndose y, en tercer lugar, que los dos grandes beneficiados de esta ruptura del bipartidismo son IU y UPyD. A esto habría que añadir un factor que hasta el momento no han recogido las encuestas: cómo modificaría todavía más ese mapa electoral la más que segura irrupción de Ciudadanos de Albert Rivera en todo el territorio nacional, con o sin alianza con el partido de Rosa Díez.
Quien debería estar más preocupado por este complicado horizonte político debería ser el PP, y especialmente Mariano Rajoy, porque tendría que ser consciente de que si en el 2015 no tiene mayoría absoluta o se acerca mucho a ella –el entorno de 170 escaños–, el próximo Gobierno de España será el formado por una alianza del PSOE con IU, a la que forzosamente tendrían que sumar a los nacionalistas vascos, catalanes, gallegos, canarios, tanto los que de forma equívoca se denominan "moderados" (PNV y CIU) como a los más radicales, es decir, Amaiur y ERC. Quedaría la duda de qué harían con sus votos en ese hipotético escenario partidos como UPyD y Ciudadanos.
Sería un Gobierno –presidido muy probablemente por Rubalcaba, si no consiguen echarle en las primarias que celebre el PSOE– que se podría denominar del Frente Popular para la secesión de Cataluña y Euskadi y que culminaría el proyecto de la Segunda Transición, que de forma tan letal para España puso en marcha Zapatero al llegar a La Moncloa en el 2004 con el mal llamado "proceso de paz" con ETA y con la negociación de un nuevo estatuto para Cataluña. Una segunda transición que conllevará la expulsión de la vida política del centro-derecha.
A estas alturas del partido, parece evidente que Rajoy confía toda su suerte electoral y la del PP a dos factores: que la situación económica siga la senda de la recuperación –y que al mismo tiempo sea percibida así por los ciudadanos– y, en segundo lugar, que el voto del miedo a un Gobierno de toda la izquierda con los nacionalistas de todo tipo funcione y le vuelva a dar la mayoría absoluta. Una apuesta sumamente arriesgada, porque si el primer factor es ya de por si una incógnita el segundo –el voto del miedo– no es seguro que llegue a funcionar en las proporciones necesarias.
Lo lógico y lo que dicta el sentido común –algo a lo que le gusta tanto apelar al propio Rajoy– sería que el Gobierno y el PP hicieran una rectificación profunda de algunas políticas, actitudes y comportamientos de estos dos años, que son lo que está produciendo una desafección muy importante entre su electorado, como señalan las encuestas.
Porque, salvo que Arriola no le diga toda la verdad, Rajoy sabe que el gran enfado que hay en un sector muy importante de sus votantes no es sólo por las subidas de impuestos que llevó a cabo nada más llegar al Gobierno, contraviniendo de manera flagrante lo que había dicho en campaña, sino por otras cuestiones a las que esos votantes son muy sensibles, fundamentalmente dos: la lucha contra ETA y la cuestión nacional, en este caso centrada en el reto soberanista planteado por Artur Mas y la Esquerra Republicana. Y sin olvidar otros asuntos como la corrupción, la reforma de la Justicia o la modificación de la ley del aborto (para que, al menos, éste deje de ser considerado y calificado como un derecho de las mujeres).
Las impactantes escenas de estos días, con la suelta de etarras muy sanguinarios, han producido un desgarro no sólo en las víctimas del terrorismo sino en muchos ciudadanos. Sabiendo que gran parte de los males que estamos viendo en este terreno proceden de la indecente e indigna negociación política que llevó a cabo Zapatero con ETA, una parte importante de los ciudadanos tienen cada día más claro que también hay, quizás más por omisión que por acción, una responsabilidad de Rajoy. Lo resumió muy bien Aznar cuando hace unos días dijo que se entiende muy mal que Bolinaga, uno de los secuestradores de Ortega Lara, esté en la calle y que el exfuncionario de prisiones esté fuera del PP.
Pero, teniendo a personajes en el Gobierno como el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que no se le ocurre otra cosa que decir la tontería de que el hecho de que los etarras sean excarcelados al mismo tiempo que los violadores y los asesinos en serie es una muestra de la derrota de ETA, viene a cuento el refrán: "Con estos amigos, para qué quiero enemigos".
¿Es previsible una rectificación por parte de Rajoy, lo que conllevaría, aparte de varios cambios en el Consejo de Ministros, una cosa tan sencilla como hacer algo, aunque sea un poco, de política? No hay ningún signo externo que permita albergar ninguna esperanza al respecto, por lo que el PP parece condenado a ir dándose sucesivos batacazos electorales –primero en las europeas y luego en las municipales y autonómicas– hasta llegar a las generales de 2015.
Su consuelo será que el PSOE está peor, lo cual no dejar de ser un ramplón y triste consuelo para un partido que, reitero, hace tan sólo dos años, tuvo una holgada mayoría absoluta, gobierna en once comunidades autónomas y en los ayuntamientos de las ciudades más importantes de España. ¿Alguien dentro o en el entorno del PP hará algo por evitar este suicidio que es tan evidente? Por favor, absténganse los muy marianistas porque se necesita un mínimo de capacidad autocrítica.