Claramente y en primer lugar, al PP. El nerviosismo y la desazón de los populares ante la buena intención de voto que pronostican todas las encuestas para el partido liderado por Albert Rivera es más que evidente. El último estudio demoscópico, publicado este pasado domingo por El País, ponía negro sobre blanco que, si quiere seguir gobernando en la Comunidad de Madrid, el PP no tendrá más remedio que pactar con Ciudadanos, y ni eso le aseguraría del todo alcanzar la mayoría absoluta. Algo similar puede suceder en otra comunidad clave para el poder popular: Valencia.
Este modo de comportarse del PP con quien cree que le puede quitar clientela electoral no es algo novedoso. Ya hizo lo mismo, antes de las elecciones europeas, con Vox, que al final, también por sus propios errores, ni sacó escaño ni tuvo, en términos objetivos, un buen resultado electoral. Pero, de los 250.000 votos que recibió en esas elecciones la formación liderada en la actualidad por Santiago Abascal, no cabe ninguna duda de que la mayoría procedía de votantes desencantados con el PP. Vox sufrió en su momento un ninguneo total y absoluto de los medios de comunicación controlados por el Ejecutivo de Rajoy.
Lo de los últimos días del Gobierno y del PP con Ciudadanos empieza a resultar patético. Primero fue Carlos Floriano, ese líder carismático que no ha ganado nunca una elección en Extremadura y al que Rajoy ha colocado al frente de la campaña electoral, que no tuvo otra ocurrencia que intentar desprestigiar la marca Ciudadanos pronunciando su nombre en un catalán macarrónico para intentar subrayar el carácter regionalista de la marca, como si eso fuera en sí algo negativo. Es decir, en lugar de ver la viga que el PP tiene en su propio ojo (Alicia Sánchez Camacho), el portavoz popular prefirió ver la paja en el ajeno. Brillante, Floriano, brillante.
Después fue la más lista de la clase, la vicepresidenta del Gobierno, que en una práctica de muy escaso talante democrático utilizó la rueda de prensa del Consejo de Ministros de los viernes para atizar a Ciudadanos y concretamente a uno de los autores de su programa económico, Luis Garicano, recordándole que en su día había llegado a pedir públicamente el rescate para España.
Es de suponer que las baterías populares y sus terminales mediáticas seguirán en las próximas semanas apuntando y disparando a Ciudadanos. Dará lo mismo, porque a día de hoy un buen número de electores absolutamente desencantados con el PP ya tienen decidido votar a un nuevo partido que al menos no tiene imputados por casos de corrupción en sus filas, que no tiene ningún tipo de complejo en defender la unidad de España, que no adopta una actitud genuflexa sino todo lo contrario ante el independentismo catalán y que plantea una serie de propuestas para regenerar el sistema político muy llenas de sentido común.
En segundo lugar, Ciudadanos molesta también a otros partidos, más concretamente a UPyD, porque ambos se disputan, con los matices que se quieran, un mismo electorado, y en esa pugna, siempre según las encuestas, parece que a día de hoy va ganando la formación de Rivera. Algo a lo que sin duda ha contribuido la negativa de Rosa Díez a llegar a un acuerdo con Ciudadanos. Una decisión legítima pero equivocada. Los electores que están hartos de los dos partidos tradicionales y que, por supuesto, están muy alejados de las tesis populistas de Podemos hubiesen deseado una opción centrada y centrista como la que podían haber configurado UPyD y Ciudadanos en coalición o en cualquier otra fórmula de colaboración.
Esos electores han percibido que en la imposibilidad del acuerdo pesaron más los intereses partidistas o particulares de la formación de Rosa Díez que los de Rivera y Ciudadanos. Y eso le puede salir caro a UPyD, que en todas las encuestas publicadas en las últimas semanas claramente se atasca o incluso desciende en intención de voto.
Que surjan nuevas opciones políticas como Ciudadanos, con un afán regenerador de la vida pública, con un discurso más fresco, lo cual no es nada difícil, que el de los dos partidos tradicionales, sin complejos en temas esenciales como la Nación o la defensa de la libertad y de la igualdad de todos los españoles, con propuestas para acabar con la corrupción, tendría que ser un motivo de satisfacción. No lo es para los partidos que ven amenazados sus chiringuitos de poder. Una razón más para pensar que es bueno que existan y tengan apoyo electoral partidos como Ciudadanos. Mientras tanto, que Floriano siga haciendo gracietas y Soraya abusando de su condición y estatus de vicepresidenta.