Ha muerto un oso polar. Terrible noticia, tristeza, desolación, llanto fuerte. El drama ha sido desvelado por uno de los últimos vídeos virales de internet, que muestra un viejo ejemplar de esta especie en lo que probablemente son sus últimas horas.
Las imágenes, convenientemente adornadas con una música lastimosa y aderezadas con esa cámara lenta que parece dar una capa de importancia a las cosas, han provocado tales reacciones por las redes sociales que he tenido que comprobar si es que los osos polares son inmortales como los unicornios: sería la única explicación comprensible ante el nivel de sorpresa y drama generalizado.
También podría ser, no hay que descartarlo, que todas esas almas cándidas que en las redes sociales aseguraban estar rotas por el dolor pensasen que los osos polares mueren en una cómoda habitación de hospital, rodeados de sus seres queridos y con un gotero de analgésicos para no sufrir, quién sabe qué pasa por esas cabecitas.
Hay que decir que la intención de los que han grabado, editado y lanzado el vídeo no es tan inocente como la de los que lo han visto: se trata de una ONG que quiere alertar de que con el cambio climático los osos polares van a caer como moscas. Resulta que no hay ninguna evidencia científica que respalde tal cosa, pero ¿a quién puede importarle la ciencia teniendo unas imágenes lacrimógenas de un pobre osito?
Llama poderosamente la atención que todos estos amantes del planeta conozcan tan poco la naturaleza, que no sepan que en el medio natural la ley del más fuerte se aplica de forma despiadada, que no se paren a pensar que la única razón por la que no vemos habitualmente a animales salvajes sufriendo así no es porque el reino animal sea un mundo idílico en el que gobierna benévolamente el Rey León, sino porque ahí fuera, lejos de la civilización, los débiles son devorados bastante antes de llegar a tal grado de penuria.
Pero aún más sorprendente es la aceptación acrítica de una mentira interesada por la inmensa mayoría de la prensa en nuestro país y en el extranjero. Los titulares que ha recogido Daniel Rodríguez Herrera en su artículo sobre el tema dan una vergüenza ajena que ríanse ustedes de la serie de Movistar: compran íntegramente un relato que es obviamente de parte interesada y que nos llega con una información más que incompleta –los propios creadores del vídeo admiten que "es imposible" saber por qué el oso estaba en ese estado y que podría ser "por una herida o una enfermedad"– y lo hacen sin cuestionarse nada, sin preguntarse nada, sin dudar ni un segundo.
Tampoco esto es por un exceso de inocencia: la verdad es que no les importa mentir –o lo que es lo mismo, les da igual si lo que dicen es cierto o no– si creen que lo hacen "por una buena causa". Esta es la clase periodística que con la que nos ha tocado vivir, probablemente la que se merece un mundo que llora porque un animal salvaje muere de causas naturales. El tonto polar: esa sí que es una especie sin ningún peligro de extinción; al contrario: cada día hay más.