Gracias a las sangre de muchos miles y al exilio y la miseria de millones, los revolucionarios europeos de pacotilla podían, desde sus confortables hogares en las malvadas sociedades capitalistas y con las barrigas bien llenas, tener en Fidel Castro a su ídolo antiimperialista, ponerse camisetas del Che y, en suma, vestir la Revolución Cubana como un complemento más, una moda que sirve para sentirse lo más de lo más en cuanto a actitud contestataria y pureza ideológica.
Los cubanos tenían que pasar hambre, sufrir en las cárceles de la tiranía o verse obligados a jugarse la vida en el camino a Florida, pero eso poco importaba a aquellos que todo lo más que iban a conocer del infierno del comunismo real era una versión edulcorada para turistas ideológicos o, en más casos de los que parece, el paraíso de la nomenclatura en Siboney.
Probablemente la moda habría acabado hace muchos años de no ser porque muchos de los que se han dado aires contestatarios a costa de la sangre de los cubanos ocupan desde hace tiempo una parte importante de las redacciones periodísticas de España y, me temo, de Europa. Un triste fenómeno que este sábado hemos podido volver a constatar en una prensa española que, con contadas pero honrosas excepciones, en el mejor de los casos provoca la nausea de la equidistancia.
Encontrar la palabra "dictador" es casi milagroso, y el término tirano es tan escaso como los diamantes. En cambio, Fidel es "el último revolucionario" por aquí, el "gran enemigo de EEUU" por allá, "el último comandante" de no sabemos qué ejército a la mínima y "un referente de dignidad" en cuanto te descuidas.
"El líder de la revolución cubana" es otro lugar común de lo más socorrido: un dato aparentemente objetivo y neutro, tan útil para esconder la verdad como si llamásemos a Hitler el "líder del partido nacionalsocialista alemán". Y también hay quién nos propone que lo tengamos por "el hombre que acabo con la diversión", comprando esa versión de la Cuba de Batista como un burdel de EEUU que cerró Castro, ese cuento que tanto nos han vendido los amigos de la dictadura y que tan triste es ahora, viendo el inmenso burdel en el que Fidel sí ha convertido a la isla.
Algunos se dejan caer por la enlodada pendiente del entusiasmo para hablar de un Castro que fue de "comandante en jefe" a "soldado de las ideas"; y no pocos se dejan seducir por alguna de las amantes del "fogoso Fidel" al que no le bastaba con una mujer. Se ve que la revolución excita la libido, y si no que lo pregunten a Mao o, mejor, a las menores que le servían como platos de un banquete.
Visto lo visto, quizá sería sensato evitar descender a las firmas, en las que hay una mezcla más sopesada de los que dicen la verdad sobre el sátrapa y los que mienten sobre él y sobre su revolución: la bendita equidistancia, otra vez. Sin embargo, bucear en la inmundicia ideológica de algunos es un ejercicio necesario para conocer la profundidad de la fosa moral a la que han descendido ciertos medios, como ese ejemplo del "periodismo a pesar de todo" que abre sus páginas a un politiquillo que ha vivido siempre en democracia y libertad pero que aún así se permite decirles a los cubanos que "se ha ido un grande", explicarles a los que pasan hambre que son "un pueblo entero" que "resistió"; contarles a los que han visto cómo sus casas, sus ciudades y su país se caían a pedazos "los avances sociales que se han logrado y que han convertido a Cuba en ejemplo".
Pero si el panorama en la prensa digital les parece nauseabundo, repasen, supongo que estará en la web, el vomitivo resumen de las últimas décadas de Cuba que ha ofrecido el telediario del mediodía en TVE y disfruten no sólo de las mentiras flagrantes y la parcialidad peor disimulada, sino de saber que todo eso lo pagan ustedes con su dinero.
Los cubanos han muerto, han sufrido y han huido en cuanto han podido del paraíso comunista, pero eso jamás les ha importado a mis colegas en tantas redacciones españolas en las que se miraba a Fidel como un icono de la revolución hipster. La verdad trágica de Cuba no les ha impedido servir al tirano hasta la muerte: la del sátrapa y la de su credibilidad.