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Carmelo Jordá

No somos Uganda, pero tampoco EEUU

Unos han hecho los deberes y han sabido subirse a la ola de las nuevas tecnologías, aprovechando las oportunidades que ofrecían; otros han intentado frenar con un ridículo dique de castores la impresionante avenida de lo digital.

Casi al mismo tiempo que en Madrid se celebraba nuestra tradicional y entrañable Feria del Libro entre amargas quejas de las que ya hablamos por aquí hace un par de semanas, en Estados Unidos tenía lugar la Book Expo America, el mayor evento del sector.

Y mientras aquí todo era, como dijimos, llanto y crujir de dientes, allí parece que las perspectivas son bastante más positivas, tras años en los que el decaimiento de la industria era tal que hasta el propio evento se había reducido al mínimo de dos días.

El secreto del buen ánimo del sector editorial americano está, según nos cuentan las crónicas, en que la expansión de los libros electrónicos está ya supliendo con creces el decaimiento de las ventas en papel.

Cabría decir, por tanto, que la reconversión del mundo editorial americano está próxima a culminarse y, si ponemos como hito inicial del asunto el lanzamiento del primer Kindle en noviembre de 2007, el proceso habría durado menos de cinco años.

Cinco años en los que, pese a las catástrofes que tan gratuitamente se anuncian, los beneficios por la venta de libros no habrían dejado de crecer, ni tan siquiera en los primeros momentos, ya que incluso entre 2008 y 2010 se habría ganado un 5,6% más, según una encuesta que ha dado no poco que hablar en la Book Expo America.

Otra cosa es que, seguramente, la distribución de esos beneficios habrá variado sustanciosamente y, en ese panorama de cambios, como en cualquier otro, los hay que ganan y también los hay que pierden.

¿Por qué les cuento esto? Más que nada por poner en perspectiva el negativismo que se ha apoderado de nuestro mundo editorial, que parece ya en modo pánico. Bien es cierto que de una feria a otra hay sustanciales diferencias: por ejemplo, aquí vivimos una crisis económica atroz con unas cifras de paro propias del tercer mundo; allí se alarman (y con razón) cuando el desempleo se acerca al 10%.

Pero creo que hay otra diferencia que es aún más significativa: unos han hecho los deberes y han sabido subirse a la ola de las nuevas tecnologías, aprovechando las oportunidades que ofrecían; otros han intentado frenar con un ridículo dique de castores la impresionante avenida de lo digital.

Y, por supuesto, la inundación se los puede llevar por delante... si es que siguen empeñados en cerrar los ojos, y las mentes, a la nueva realidad.

En Tecnociencia

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