La Junta de Andalucía ha decidido robar la Mezquita-Catedral de Córdoba. En la mejor tradición del "exprópiese", el gobierno social-comunista de los ERE exige, como si alguna razón le asistiese, una cogestión que no sabemos bien en qué consiste, pero que está claro que pasa por arrebatar algo a quién es su legítimo propietario… desde hace la friolera de ocho siglos.
La bellísima Mezquita de Córdoba lleva consagrada al culto cristiano desde que en 1236 Fernando III entrase en la ciudad. En contra de lo que ocurría habitualmente cuando eran los musulmanes los que conquistaban algo –y de lo que había ocurrido en la propia Córdoba siglos antes con la basílica que ocupaba ese mismo lugar- la mezquita no fue destruida sino que, simplemente, se cambió su uso y no fue hasta siglos más tarde cuando, desgraciadamente, se construyó en su interior una iglesia cristiana que sólo ocupa una parte del espacio.
Los asaltantes exhiben falsedades varias para justificar su intención de robar: la más habitual que la Mezquita debe ser "del pueblo", una expresión críptica tras la que suele encontrarse en realidad algún despacho ávido de poder y notoriedad; o que se encuentra mal conservada, lo que es notoriamente falso como ha podido comprobar cualquiera que haya visitado el monumento, en cuyo mantenimiento la Junta de Andalucía lleva muchos años sin poner un duro mientras la Iglesia ha invertido unos 18 millones de euros.
El argumento más ridículo, no obstante, es que mientras la Mezquita está en manos de la Iglesia no está "abierta a todo el mundo". La verdad, y eso lo saben los ladrones mentirosos que lo dicen, es que cualquiera puede visitarla sea o no creyente, sea cristiano, budista o incluso musulmán: a nadie se le pregunta por su fe en la puerta de la Mezquita de Córdoba.
Lo curioso es que, a pesar de que precisamente algunas instituciones islámicas aplauden a la Junta en su intento de saqueo, no ocurre lo mismo en las mezquitas de muchos lugares: en países como Marruecos los "infieles" no podemos visitar los lugares de culto, en la propia Jerusalén no sólo no se me permitió entrar en la mezquita de Al Aqsa, sino que ni tan siquiera puede acceder a la explanada del Templo cuando lo intenté un viernes por la tarde.
Y es que tratan de presentarnos a la Iglesia Católica como un ejemplo de intolerancia cuando, sin ser perfecta, es una institución siglos más avanzada que aquellos con los que la izquierda va de la mano y con los que los expropiadores de la Junta no sé si comparten la fe en Alá, pero está visto que sí tienen en común la pasión por el saqueo.