Como el tren de la bruja de las ferias de pueblo, la Cataluña independentista ha estado dando –y haciéndonos dar a los demás– vueltas estúpidas a un corto y circular recorrido en el que en algunos rincones nos esperaba un susto y en otros una risotada. Hoy, por cierto, toca la carcajada, diga lo que diga Juliana.
Mas ha hecho el ridículo más espantoso del último medio siglo; pero aunque es el protagonista principal de este esperpento, no es el único: también han quedado para el arrastre los demás partidos del bloque independentista, las asociaciones tipo ANC u Òmnium, los medios de comunicación del editorial único, los ciudadanos que han salido a la calle a disfrazarse de bandera o de cadena… Vamos, prácticamente toda Cataluña.
Ridículo, ese nombre tiene y no otro querer hacer un referéndum y que no te salga no por respeto a la Ley y el Tribunal Constitucional –que son un concepto y una institución que la Generalitat suele pasarse por el arco del triunfo–, sino porque no sabes, porque no lo has previsto bien, porque has lanzado el órdago teniendo sólo 33.
Y ridículo porque en lugar de irte a tu casa tras un fracaso de esta envergadura, como haría cualquier responsable político medianamente serio, montas un sucedáneo de consulta que se parece a un referéndum tanto como el tren de la bruja del que hablábamos antes se parece al Orient Express.
Este referéndum de la bruja que nos ha prometido Mas será una cosa festiva, a la que la gente podrá ir como quien va a la feria, con ganas de pasárselo bien y de comer algodón de azúcar –o en este caso butifarra y pa amb tomata–, dispuesta a llevarse algún susto de pega o un escobazo españolista y, sobre todo, a jugar en una tómbola en la que lo mismo te puede caer una subvención millonaria que un negocio con los Pujol.
Y es que, al final, cuando dejas los destinos de una presunta nación en manos de estadistas como Mas o Junqueras, lo mejor que te puede salir es algo para reír, aunque lo más probable es que te acabes echando a llorar, por muy mil·lenària que sea tu nacioncita de pega. Igual que si te subes al tren de la bruja y aceleras sin parar al final te acabas pegando un trastazo importante, sobre todo si no sabes frenar y bajarte.
Pero lo peor de todo es que, teniendo una bruja de verdad como Adelina, no la inviten a la fiesta, con la de dinero que les ha hecho ganar. Si es que ya lo dijo la pobre adivina de Pujol: no tienen humanidad.