Parece claro que dar cerrojazo a una beca a mitad del curso, cuando los estudiantes ya se han organizado para todo el año académico y además están a miles de kilómetros de sus casas, es cómo mínimo una torpeza. El Ministerio de Educación debería haber hecho mejor sus cuentas en 2013 o 2014 y haber evitado este problema.
Sin embargo, con todo este jaleo y esta rectificación exprés del ministro Wert, se queda uno con la sensación de que hemos alumbrado un nuevo derecho humano, de esos que hemos de pagar entre todos: el derecho a pasar un año estudiando en el extranjero.
A mí las becas Erasmus me parecen muy bien: estoy convencido de que son una experiencia espléndida para los estudiantes y de que enriquecen su vida, bien sea por sus mejoras académicas, bien porque ese curso se lo pasen de juerga en juerga, que es algo que tampoco está tan mal a ciertas edades.
Sin embargo, lo que ya no tengo tan claro es que ese enriquecimiento, académico, personal o vital, debamos pagarlo entre todos. Sí, está claro que todo lo que sea mejorar la educación y la formación de nuestros jóvenes, incluso de mejorarles como personas, es bueno… Pero uno tiene la loca idea de que del bolsillo de todos debe salir lo imprescindible y no los lujos, y no sé si estudiar un año fuera es un lujo, pero de lo que sí estoy seguro es de que no es imprescindible: sin ir más lejos, yo no lo he hecho y aquí me tienen, tan campante.
Por otro lado, la demagogia se ha desbordado en este tema incluso con más rapidez y ferocidad de lo que suele desbordarse en cualquier asunto relacionado con la educación: sí, muy mal hacer el cambio a mitad de curso, pero dejar de cobrar los 150 o 200 euros que recibe al mes cada estudiante tampoco significa "que se les haya dejado tirados" como si tuviesen que volver a casa a nado. Oiga, que trabajando un poquito se sacan ese dinero y aquí paz y después gloria.
Y esto nos lleva a otra parte de la cuestión que tampoco es baladí: si lo que recibe un estudiante de Erasmus son, efectivamente, no más de 200 euros al mes, esa estancia todo un año en el extranjero supone un coste para él o para su familia muy importante.
Siendo exactos, y al menos en la mayor parte de los casos, se trata de un gasto que sufragan las familias, que si pueden costear un año de estudios al chico en Milán o Helsinki es que tienen un cierto nivel adquisitivo, vamos que no son pobres de pedir. De hecho, los datos muestran que no menos de un 90% de los que disfrutan de estas becas son de clase media-alta o, directamente, alta.
Es decir, que con los impuestos de todos, incluidos obreros, jubilados y parados, estamos pagando un lujo –o al menos algo que no es ni mucho menos imprescindible– a la parte más acomodada de la sociedad. Vale, seguro que hay gastos más superfluos o innecesarios… pero esto no significa que este no lo sea, ni que las becas Erasmus sean un derecho humano.