"Una nación de ciudadanos libres e iguales". En esa frase tan aparentemente sencilla se encierra uno de los mayores –y mejores– descubrimientos políticos y éticos de los miles de años de humanidad. Nada más importante se nos ha ocurrido como especie –con la excepción de los derechos humanos– desde que bajamos del árbol y echamos a andar, y nada mejor hemos conseguido.
Una nación que vaya más allá de dioses, colores, clases, territorios o idiomas, en la que todos tengamos los mismos derechos y las mismas obligaciones, en la que todos podamos, como decían los Padres Fundadores, buscar la felicidad.
La idea no puede ser más hermosa, pero tiene numerosos enemigos, especialmente en esta España nuestra en la que los nacionalistas, los totalitarios y los nacionalistas totalitarios nos proponen proyectos en los que lo importante será de dónde vienes, qué piensas o a qué grupo perteneces; en los que el individuo sólo será la infinitesimal parte de una clase o de un pueblo, y eso únicamente si supera los controles previos.
Y lo peor no es que estén proponiendo disparates, lo peor es que están consiguiendo llevarnos hacia esos precipicios cada día más deprisa, porque esa construcción política que nos hace libres e iguales no es una meta alcanzada y estable, al contrario: es tan frágil como maravillosa, es delicada como una fina porcelana; y, reconozcámoslo, últimamente en lugar de cuidarla parece que juguemos a tirárnosla unos a otros, como cuando se juega con un globo lleno de agua y la gracia está en que en algún momento estalle y ponga perdido a quien en ese instante lo tenga entre manos.
Pero el estallido de la nación nos va a poner a todos perdidos, aunque la culpa sea de los nacionalistas, de los políticos pusilánimes o de una izquierda traicionera, da igual: el pato lo vamos a pagar todos y a estas alturas no se arreglará si de esa solución no participamos un poco todos.
En este sentido, creo que la iniciativa Libres e Iguales, que este martes se ha presentado en Madrid, puede ser un primer paso importante. Pienso, o quizá quiero pensar, que ese impecable manifiesto firmado por alguno de los mejores representantes de la sociedad civil española –unos de derechas, otros liberales, algunos de izquierdas y todos personas independientes– puede ser un aldabonazo para que muchos se den cuenta de que hay que dar un paso adelante; y si no lo hacemos los que de verdad aspiramos a la libertad, lo darán los que aspiran a imponernos otras cosas.
Este asunto es tan importante como para no dejarlo en manos de los políticos. Empiecen por el primer paso: firmen el manifiesto. Yo ya lo he hecho.