Esta semana, cautivo y descabezado, el franquismo ha caído derrotado en Barcelona. Los culpables: unos valerosos jóvenes que, a riesgo de sus vidas y fuertemente armados de huevos y esteladas, causaron el óbito de una estatua sin cabeza colocada con ánimo de humillar la memoria del dictador.
La ciudad celebró alborozada esta victoria, bien que postrera, pero que por fin se ha alcanzado gracias a la valentía de esos jóvenes idealistas y también, por supuesto, a los esfuerzos de las autoridades de progreso y proceso.
Se defienden los autores de la cosa –en Cataluña a la más mínima tienes que andar defendiéndote– arguyendo que tenía un evidente carácter antifranquista. Sinceramente, no sé si una estatua decapitada es, además de una memez, una ácida crítica a cuarenta años de dictadura, aunque me parece evidente que muy pro, lo que se dice muy pro, no era.
Pero se ve que decapitar a Franco no es suficiente para la alegre muchachada de prugrés y del prucés, y que la mera presencia de la efigie a caballo del dictador es una mácula insoportable en las virginales aceras de Barcelona, esa ciudad que tanto luchó contra la dictadura… en sus más húmedos sueños post-Transición.
La verdad es que no por más ridícula esa necesitad de matar a Franco post mortem es menos comprensible: en ningún sitio se ha construido el mito de la lucha antifranquista sobre unas bases tan falsas como en una Barcelona y una Cataluña privilegiadas por la dictadura y en las que la oposición era, como en el resto del país, cosa de cuatro gatos.
A esto hay que sumarle el hecho de que los puigdemonts y las colaus que por allí medran no son capaces de presentar a sus electorados una gestión eficiente, una Cataluña o una Barcelona mejores, ni tan siquiera un avance serio y consistente hacia la independencia o el fin de los desahucios; así que mientras llega la dicha, unos y otros se van entreteniendo con el franquismo como quien se entretiene con la sardana o como si la Guardia Mora estuviese a punto de entrar por la Diagonal.
No quiero yo ser aguafiestas, y menos en un momento en el que esta gente estará tan encantada de haberse conocido, pero como un día se enteren de que la Guardia Mora ya ni es mora ni es guardia y el invicto lleva cuarenta y dos años criando malvas en el Valle de los Caídos se van a llevar una decepción horrible, oiga, que estos sí que viven mejor contra Franco.