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Carmelo Jordá

¿Acaso son mejores los libros de papel?

Los autores siguen considerando que editar un libro, lo que se dice editar un libro, es algo intrínsecamente relacionado con la presencia física de un objeto básicamente hecho de papel, y que si no hay papel como que es menos.

He pasado unos días de vacaciones fuera de Madrid y eso me ha permitido encontrarme con un par de amigos, uno de ellos músico, el otro locutor radiofónico y una de las personas que más música escucha de mi entorno. Así que tuvimos una larga conversación sobre la música y la evolución del mercado musical, que son temas que, variando desde el vicking metal hasta el sentido de sacar discos, suelen ocupar nuestras tertulias.

El caso es que uno de ellos me comentaba cómo muchos músicos se gastan cantidades notables de dinero para poner discos en el mercado en formato CD, a pesar de que en la mayor parte de las ocasiones sus obras acaban amontonadas en cajas y más cajas en el garaje o el trastero.

Mi primera pregunta, por supuesto, fue qué necesidad había de publicar en formato físico, con las posibilidades que ofrece la red y la reducción de costes (piensen en masters, copias, cuadernillos, distribución...) que supone editar cualquier cosa en CD, en estos días en los que internet está a nuestro alcance y nos permite ahorrarnos todo eso y eliminar no pocos engorros.

"Es para hacer currículum", fue la respuesta de mi amigo, no excesivamente convincente desde mi modesto punto de vista. Obviamente, surgió la segunda duda: ¿no se puede hacer currículum editando exclusivamente en línea?

Pues parece ser que no, que incluso en un mundo en el que la revolución digital lleva tanta ventaja la mentalidad dominante se aferra al objeto físico con una obcecación digna de mejor empeño.

¿Pasará algo similar en el mundo de los ebooks? Al menos por el momento parece que sí está pasando, que los autores siguen considerando que editar un libro, lo que se dice editar un libro, es algo intrínsecamente relacionado con la presencia física de un objeto básicamente hecho de papel, y que si no hay papel como que es menos.

La cosa podría tener cierto sentido si asociásemos la edición física a una editorial (o una discográfica) que ejerciesen una selección previa y aportasen una serie de conocimientos para mejorar el producto final pero, con todos mis respetos, si echamos un vistazo a los últimos años tanto del mercado musical como del editorial nos encontramos con que esa selección y esa supervisión no han sido garantía de prácticamente nada.

Resumiendo, un libro de papel no tiene por qué se mejor, ni peor, que otro en formato electrónico, en ambos casos puede tratarse de maravillas de primorosa escritura y cuidada edición o de basurientos subproductos de descuidada factura.

Lo que no logro entender es que incluso los profesionales sigan presos de un fetichismo del objeto que, sobre todo en determinados casos, sólo sirve para echar piedras sobre el tejado de aquel que, eso sí, logra editar su obra en papel o plástico... para que en lugar de llegar a su público descanse por toda la eternidad en cómodas cajas precintadas.

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