Debido a que mi padre fundó un laboratorio fabricante de productos farmacéuticos y sus tres socios eran distinguidos médicos venezolanos, nací y crecí rodeado de cirujanos, pediatras, otorrinolaringólogos y demás profesionales de la medicina. Aunque no era la carrera que realmente me atraía seguir, siempre sentí gran admiración por la labor de extraordinarios galenos venezolanos, quienes además de examinar a sus pacientes en consultorios y clínicas, dedicaban gran parte de su tiempo y esfuerzo en socorrer enfermos pobres que no les podían pagar nada, lo mismo que colaborar con los servicios asistenciales del Gobierno que entonces lograban considerable éxito combatiendo terribles enfermedades como la lepra, malaria, tuberculosis, el mal de Chagas y la fiebre tifoidea. Hoy es muy triste ver que casi todas esas enfermedades están volviendo a recrudecer en la Venezuela "socialista" de Chávez.
Dos de las grandes amenazas al bienestar humano en el siglo XXI son la politización de los estudios ambientales y la politización de los servicios médicos y hospitalarios.
Cuando yo era joven, ninguno de mis médicos temía prescribirme alguna medicina y mucho menos se sentía presionado a prescribirme otra adicional para "cuidarse las espaldas" y evitar así que algún paciente lo fuera a demandar. Las relaciones entre pacientes y médicos eran de mutua y absoluta confianza. Si el doctor tenía alguna duda, recomendaba a un especialista y si la duda le surgía al paciente, éste simplemente se buscaba una segunda opinión.
Las crecientes y exageradamente complejas regulaciones y el actual clima lleno de amenazas ha cambiado radicalmente la relación médico-paciente, convirtiéndola en fría y totalmente impersonal. Frecuentemente, el médico prefiere no decir una palabra más de lo estrictamente necesario y ya no acostumbran a dar a los pacientes la oportunidad de indagar sobre sus dolencias ni tampoco de alcanzar una relación personal con su médico, quien teme que sus pacientes lo demanden.
Hoy, la gran mayoría de los médicos en Estados Unidos se sienten obligados a tener costosísimas pólizas de seguros para cubrir esas posibles demandas de los pacientes. Y son los pacientes que jamás considerarían demandar a su médico quienes indirectamente pagan las costosas primas del seguro, a través de unos cada día más altos honorarios médicos.
Adquirir las medicinas que se necesitan también se ha convertido en algo problemático. Las autoridades parecen estar dedicadas principalmente a dificultar la vida del ciudadano, convirtiendo todo lo que alguna vez fue sencillo y barato en caro y complicado. En la actualidad, suele costar a una empresa farmacéutica seis o más años el conseguir la aprobación de un nuevo medicamento. Mientras tanto, que se mueran los pacientes y que siga aumentando el costo de los nuevos tratamientos.
Los monopolios subsisten gracias a la intervención estatal. Si el lector no lo cree, que por favor nos explique por qué un médico graduado de una buena universidad en Puerto Rico, Argentina o California no puede ejercer la medicina en Florida sin antes obtener una licencia del Estado. ¿Acaso una licenciatura de la Florida nos da más confianza que un doctorado de la Universidad de Stanford?
Confieso que lo que más me asusta de vivir en Estados Unidos es tener que ser hospitalizado. Al entrar al hospital me contagiarán de alguna enfermedad que nunca he sufrido y cuando salga (vivo o muerto) será preciso vender mi casa para pagar la cuenta. ¿Y los políticos en Washington? Ellos tienen todas las intenciones de empeorar y encarecer la situación con esa nueva y amenazante opción pública de la salud.