A juzgar por el ruido de la prensa, hubo tres momentos estelares en la convención republicana que acaba de terminar en Cleveland.
El primero fue el innecesario plagio de un par de párrafos de un discurso de Michelle Obama del 2008, introducido en el texto de la señora Melania Trump por una redactora descuidada y deshonesta. Eso no se hace. Debilitó totalmente el impacto de sus palabras y de su hermosa presencia. Hoy lo único que se recuerda de su charla es que hubo un plagio.
El segundo fue el discurso del senador republicano Ted Cruz. Comenzó con aplausos y terminó con abucheos. No pidió el voto para Trump y se limitó a reclamar que los electores votaran lo que la conciencia les dictara. De alguna manera, Cruz era coherente con su propia prédica. No podía solicitar de los otros lo que él no estaba dispuesto a hacer. No votará por Trump ni por Hillary. (Probablemente lo haga por Gary Johnson, el exgobernador de New México, candidato del Partido Libertario).
El tercero fue el esperado discurso de Donald Trump. La duda era si habría asumido un talante presidencial, sereno e inclusivo, o si seguía siendo el fiero candidato que había derrotado a 16 adversarios con un duro lenguaje de barricada, cáustico y efectivo. El enigma duró poco en despejarse. Seguía siendo el Donald Trump de siempre y eso gustaba. El 75% encontró que su charla había sido magnífica o buena. El 24% se sintió decepcionado.
El discurso duró una hora y quince minutos (el más largo de la historia para este tipo de eventos), pero lo leyó con firmeza y dominio del auditorio. No fue nada aburrido. Lo vio y escuchó un 10% de la población norteamericana, la mayor parte de esas personas, presumiblemente, votantes republicanos.
En una sociedad políticamente apática, especialmente cansada tras el largo proceso de las primarias, que vota en las presidenciales, como promedio, sólo un 52% del electorado, veintitantos millones de televidentes son un número notable. Es verdad que la final de los campeonatos de fútbol americano la ven más de 100 millones de espectadores, pero eso sucede en todas partes. El deporte apasiona y la política repele.
¿Qué dijo Trump? En esencia, dibujó un cuadro muy negro de la realidad estadounidense. Los caminos y los puentes están destruidos. Aumenta la criminalidad. Los inmigrantes indocumentados cometen crímenes horrendos. Las fuerzas del orden están bajo ataque. Nosotros (los trumpistas) somos el partido de la ley y el orden (dato que confirmaba la intimidante presencia del sheriff Arpaio). Nuestros socios comerciales nos estafan. Las otras naciones nos roban los puestos de trabajo. China nos saquea. Los acuerdos comerciales internacionales nos perjudican severamente. Nuestros adversarios se mofan de nosotros.
Nuestros aliados militares no aportan la cuota que les corresponde. Podemos acabar con el Califato islámico rápidamente y no lo hemos hecho. Y, naturalmente, Obama es responsable de este estado de cosas. Hillary prolongaría esta penosa situación si triunfara. Sería más de lo mismo. Su paso por la Secretaría de Estado fue desastroso. Agravó todos los problemas del Medio Oriente.
Trump coincide con la visión paranoica de una parte sustancial del país. Un 67% de la sociedad americana cree que Estados Unidos va por mal camino. Sin embargo, cuando se les pregunta si ellos están peor, la mayor parte dice que no. Los que sufren son otros. Es una cuestión de percepciones, no de estadísticas. El Apocalipsis jamás pasa de moda. Tiene muchos adeptos.
¿Qué prometió Trump? Obvio: ponerles fin a todos estos males una vez que esté instalado en la Casa Blanca. Reconstruirá la derruida infraestructura. Impedirá que entren los inmigrantes ilegales. Destruirá a los asesinos de ISIS. Reescribirá los Tratados Internacionales de Comercio (TLC). Les exigirá a los países que forman parte de la OTAN que inviertan más en su defensa. Enderezará la balanza comercial. Pondrá a los chinos en su lugar. Cobrará menos impuestos y obligará a las empresas norteamericanas a regresar a Estados Unidos.
No dijo, por supuesto, cómo llevará a cabo estos prodigios. Será el combate definitivo contra la maldad. El Armagedón tampoco pasa de moda. También tiene numerosos simpatizantes.
En realidad, no hay nada muy nuevo en estos enfoques. El aislacionismo en política exterior, el proteccionismo económico, la condena a la globalización, al plurilingüismo y al multiculturalismo, la sospecha frente a los inmigrantes y el ultranacionalismo, son pulsiones frecuentes y primarias en casi todas las naciones. No en balde muchos hispanos, afroamericanos y otras minorías se sintieron en peligro.
Encontramos estas tendencias, en distintas proporciones, en 45 partidos europeos, a la derecha y a la izquierda del espectro político (TheEuropean Council on Foreign Relations los clasifica y llama “partidos insurgentes”). Hay frases de Trump que pudieran repetir Marine Le Pen o Vladimir Putin. A veces las dicen con la misma pasión. Veremos qué nos depara Hillary Clinton la próxima semana. Les toca responder a los demócratas.