Ya pasó otro primero de enero. ¿Qué ocurre en Cuba a los 53 años de instaurada la dictadura comunista? Algunas cosas importantes. Fidel, a sus 85 años, apartado del poder por su edad y sus dolencias crónicas, ya no manda. Tiene algunos momentos de lucidez en medio de una creciente bruma senil como la que afecta a sus dos hermanos mayores, Angelita (89) y Ramón (87), aún vivos pero dementes.
Cuando no dormita, Fidel se entretiene viendo la televisión internacional y leyendo informes que le entregan sus asistentes. Lo tratan reverentemente, como si mantuviera alguna autoridad real. Es pura ilusión. Cada cierto tiempo, algún viajero afectado por una suerte de curiosidad antropológica interrumpe su letargo y el Máximo Líder, con la lengua enredada y en voz muy baja, lo que aumenta el martirio, le inflige, muy mal hilvanados, algunos cuentos de la Sierra Maestra o le explica cómo la solución del problema del hambre está en las plantaciones de moringa, una planta generosa y comestible que acaba de descubrir. El Comandante, melancólicamente, advierte de que su hermano Raúl está deshaciendo toda su "obra revolucionaria", pero nada puede hacer por evitarlo, aunque a veces llama a algunos de sus viejos amiguetes para quejarse. Estos odian escucharlo. La oreja de la Seguridad del Estado es poderosa y cualquier complicidad puede costar muy cara.
Le responden con frases vagas y evasivas que no los comprometan. Allí le llaman a eso "hablar para los micrófonos". Son las miserias de los juegos de poder.
Raúl Castro, mientras tanto, continúa la lenta demolición del desastre que le dejó su hermano. El juicio, resumido por uno de los allegados, a condición de que no se revele su nombre, es implacable: "Fidel se dedicaba a la politiquería y se olvidaba de la administración". Y luego sigue: "Se rodeó de acólitos corruptos e incompetentes que lo alababan constantemente, pero en privado se burlaban de él". La frase con que concluye su diagnóstico es muy severa: "El problema más grande del país no es el embargo norteamericano, sino la herencia del fidelismo. Raúl debería fusilar a unos cuantos".
No sé si la historia absolverá a Fidel, como pronosticó hace sesenta años, pero los raulistas ya lo condenan.
Raúl no va a fusilar a nadie. Fue un joven sanguinario, mas a los 80 años la ancianidad y la influencia de su hija Mariela lo han moderado. Ser un asesino de opositores no es bien visto en los tiempos que corren. Raúl tiene tres objetivos: 1) mantenerse en el poder junto a sus militares; 2) aliviar la asombrosa improductividad del sistema; 3) organizar la transmisión de la autoridad para que su muerte no interrumpa el control de la dinastía.
El primer objetivo y el tercero dependen del segundo. Marx, que se equivocó en casi todo, tenía cierta razón cuando aseguraba que las relaciones de producción generaban las percepciones y, por ende, los comportamientos. Nadie duda en Cuba de que el país es un desastre miserable del que millones de personas quieren escapar. Apenas quedan defensores del colectivismo. Raúl quiere desmontar el sistema, pero poco a poco, en una demolición controlada.
Eso, sencillamente, no funciona, y lo están comprobando. Crear y dirigir un sistema económico libre es un contrasentido. La economía de mercado exitosa es producto del surgimiento de un orden espontáneo, no de la planificación de unos cuantos burócratas trasnochados. Por eso siguen cayendo los índices de producción agrícola; por eso los microempresarios autorizados a existir –"cuentapropistas", les llaman– descubren cuán difícil es actuar en un ambiente económico hostil en el que continúan dependiendo de un Estado muy torpe, que es el único suministrador de insumos y créditos.
Por otra parte, la demanda de libertades civiles es creciente. Los cubanos, incluidos los simpatizantes de la dictadura, quieren poder viajar libremente. Casi todos esperaban que se eliminara la odiada tarjeta blanca, o permiso de salida. Los que estaban fuera pensaban que se suprimiría la necesidad de visa para ingresar a la patria. Pero Raúl se negó. Tiene miedo.
Sabe que los regímenes comunistas, como ha descrito el periodista Juan Manuel Cao, "colapsan por la estampida de la gente que huye". Su apuesta, absurda, irreal, es por una mejora sustancial de las condiciones de vida de los cubanos hasta el momento en que se reconciliarán con el gobierno y con el sistema híbrido de socio-capitalismo de partido único y mano dura. Eso no va a ocurrir. A estas alturas debería saberlo.