¿Lo progresista no era el prohibido prohibir? Esta cordial cofradía es de traca y embrolla más que habla. Acontece porque se lo consienten tan ricamente su hinchada y sus damnificados, tras haberle confiado la vanguardia del proletariado, el monopolio de la pólvora y el usufructo de la caja común, chúpate ese ERE, que lo que emerge hasta la superficie es apenas la guinda. Pues la parte mollar, acordémonos del Titanic, permanece sumergida. Antes se habían tirado lustros excusando a Stalin y Pol Pot con la boca pequeña, alegando que más impresentable que los excesos de celo de cualquier carnicero comunista que buscase el loable e irreversible objetivo final (de ahí el intríngulis de matar a todo trapo, para hacer decrecer la tasa de disidentes) era el anticomunismo per se. Esto es, relatar con objetividad los genocidios comunistas, comprobar que sobrepasan en horror a los de Inocencio III o Adolf Hitler (lo que comporta una plusmarca criminal) y proponer como antídoto la autonomía individual y la tolerancia típicamente erasmistas y liberales. Sistema alternativo al totalitarismo en el que desentonaría machacar al que destaque, piense por cuenta propia e incluso produzca riqueza desde la creatividad y el esfuerzo personales (vicios que contrarían a quienes no alcanzan dichas metas, motivando que las criaturas no tengan más salida que armarse de odio y resentimiento).
Pero los izquierdistas, erre que erre. Repitiendo que lo irrenunciable, para los moralmente superiores, misioneros del compromiso militante, es el mecano de su ingeniería social. Que la hambruna de Ucrania o el exterminio en Camboya no desacreditan la bella idea comunista. Consistente en transformar el mundo, poner el reloj de la historia a cero y decretar la igualdad, con independencia del mérito. Obviamente, para salvar a recalcitrantes y desinformados, esgrimiendo una dialéctica histórica más lerda que el milenarismo de Joaquín de Fiore, proselitista del papado. Novelera mixtificación comparable a esas caras de Bélmez que pillaron cierto día repintando a una afanosa concejala socialista. Y oficio tradicional de profetas, golpistas, chamanes, prelados y progresistas, que te endosan la coacción, la sumisión, la prohibición, la estabulación, la igualación para enviarte al paraíso. Lo corrobora cualquier marxista majete de hoy, pongamos Slavoj Zizek, cuando declara irrelevante que el calentamiento global tenga base empírica o no, habiéndose constatado que sirve para resucitar un colectivismo que demonice la asquerosa propiedad privada, madre de todas las insolidaridades. Ahí está Toni Negri, empeñado en hallar fórmulas para obligarnos a ser iguales, cortándole las alas al capitalismo. Y chínchense Mises, Popper o Hayek, porque malgastaron su tiempo apelando a la inteligencia humana. El sentimiento, como la superstición, vence holgadamente al raciocinio. Y además entraña arrebato, morbo, venganza e invitación a gozar destripando infieles.
Así que lo de prohibido prohibir, aunque tantos niñatos de los sesenta se lo creyeran a pies juntillas, era otro engañabobos. Como cuando nos presentaban a Barry Goldwater en forma de desalmado ultraderechista, presto a truncar la revolución. O como cuando tacharon años después a Ronald Reagan de descerebrado comicastro que, con su ridículo desafío a los soviéticos, iba a desatar al instante la Tercera Guerra Mundial y a dejar el planeta hecho un erial nuclear. Menuda es la propaganda progresista componiendo encíclicas. Que la realidad no le estropee su disfunción cognitiva al rebaño. Ni la lógica y la ciencia sus dulces creencias religiosas. Ni el aguafiestas de Martin Gardner (quien nada menos que en 1952 publicara Fads and Fallacies in the Name of Science, donde aparecen desenmascarados de Lamarck a Lysenko, de Madame Blavatsky a Aleister Crowley, del vegetarianismo a la dianética de Hubbard y Tom Cruise, de la energía orgónica de Wilhelm Reich a la percepción extrasensorial...) consiga perturbar la charlatanería y el misticismo iluminado a que nos apetezca aferrarnos, para a disfrutar de nuestro delirio divino. ¡Pues no dio la mitología para vivir como Dios a Fidel Castro, Marcial Maciel y sus respectivas clerigallas! Con dispensa para concederse caprichos.
Por ahora podemos darnos con un canto en los dientes. Dicho sin ironía. Zapatero nos depara la versión más risueña y panoli del invento. La menos asesina. Por encarnar el fraude de un fraude, con fontanería de caciquismo castizo. Haciendo, es verdad, el canelo un día sí y otro también. Cierto que con tanta farfolla estamos descuajeringando la nación. Pero es en un simulacro gazmoño, chorras, diletante, del síndrome de Fourier. Calamidad menos devastadora que si se presentase a sustituirlo otro más espabilado y más dañino. Así que ahorremos en lamentos. Lo que nos espera, a tenor de nuestros mimbres morales y de nuestro colchón de perspicacia, será peor. Tomémonos con filosofía las pequeñas memeces, las multas a tutiplén. Con sonrisa forzada, impostando la dignidad desechada por rendibú. Será por nuestro bien si lo han urdido los políticos, mecenas del artisteo. Cómo son, jugando pacientemente con nosotros a las casitas, a médicos y enfermeras, a policías y ladrones. Que si te cambio todas las bombillitas, que si hazlo tú de neumáticos, que si vamos a pegar pegatinas, tralará (naturalmente, sin que ninguno haya maquinado rebañar las comisiones de la despedida, snif). Mira tú inclusive hasta la cúspide, que sólo irradia lenidad y jovial bonhomía. Lo más parecido al país, tal cualquier pillastre rojo o azul. De modo que, si prohíben alguna insignificancia, nosotros a acatar, ar. Ellos sabrán lo que procede. Son lo menos imprevisible, tan familiarmente paternalista, respecto a aquel que fue caudillo por la gracia de Dios. Perdón, Pío.