Tantos años excluidos, tantas hostilidades borradas de la memoria colectiva, tantos silencios, cobardías, renuncias de tantos, tantas alegaciones a la razón, tantos pretextos para digerir con cierta dignidad las cobardías colectivas, tantos alegatos al respeto por parte de quienes nunca nos respetaron, tantos desprecios en nombre de la recuperación de una lengua, de una cultura, de una historia tomadas como disculpa para acogotarnos y reducirnos a meros súbditos… Cuánto cinismo, cuánta renuncia ante los dueños de la masía. Y de pronto, cuando parecían invencibles y su despotismo no guardaba ni las apariencias, una ficción, a imagen y semejanza de su propia fábula nacionalista, se convierte en el antídoto más poderoso para combatir cuanto son. Estoy hablando de Tabarnia.
Ahí está de nuevo, viendo pasar el tiempo una España mitad madre, mitad madrasta, de luces y sombras que asombraron al mundo, que nos hizo llorar, vivir con desmesura, maldecir y soñar a lo largo de los siglos. Ahí está de nuevo, como si estas cuatro décadas de nacionalismo periférico hubieran sido sólo una ventolera de verano.
Tres hechos nos han devuelto el pulso de la mejor España de las posibles: la cívica, la España de ciudadanos libres e iguales, con derechos y deberes, sometidos al Estado de Derecho. Tres hechos rotundos, inimaginables unas semanas antes, incontestables hoy. Tres hechos que certifican la existencia de España en Cataluña y el fin del silencio.
Primero, el reconocimiento del valor, de la eficacia y el trabajo abnegado de las Fuerzas de Seguridad del Estado, Guardia Civil y Policía Nacional en Cataluña, como contrapunto al desprecio otorgado por el nacionalismo a su actuación el 1 de octubre. Lo nunca visto, los aplausos, los abrazos, las lágrimas de los constitucionalistas al cruzarse con algún furgón policial, con cualquier pareja de servicio, al pararse ante la comisaría de Vía Layetana. La ciudadanía quería mostrar agradecimiento, solidaridad por los malos tragos del 1 de octubre y por ser el único baluarte en Cataluña del Estado de Derecho. Este cambio radical en la percepción de las Fuerzas de Seguridad del Estado ha constituido un síntoma del vigor cívico de España en Cataluña, el contrapunto al desprecio de los que la quieren romper, la definitiva legitimación de su labor al servicio del Estado de Derecho.
El sábado, 20 de enero, a las 12 de la mañana, nos manifestaremos en la Plaza de San Jaime junto a ellos, para reivindicar la equiparación salarial con las policías autonómicas. ¡Qué menos!
Segundo, la recuperación de la bandera nacional a partir de las manifestaciones del 8 y el 29 de octubre en Barcelona. ¿De dónde habían salido tantos símbolos constitucionales? ¿De dónde tanta gente? Cuando todo parecía perdido, un millón de ciudadanos salía a la calle con cientos de miles de banderas españolas como talismán de sus derechos. Algo inédito e inaudito. La irrupción en balcones y terrazas, días antes, presagiaba el fin del miedo, pero jamás podíamos habernos imaginado después de tantos años de satanización que brotasen con tanta alegría, sin ninguna inhibición, orgullosas de sentirse españolas.
Y tercero, el surgimiento de Tabarnia, un fenómeno sin precedentes en las RRSS. El decálogo de cargos más irrebatible contra los argumentos antidemocráticos, insolidarios, egoístas y falsos del nacionalismo. Un espejo donde reflejar todas las contradicciones del dret a decidir.
Su fortaleza es tan abrumadora que hasta los partidarios de la solidaridad entre españoles han olvidado de pronto el detalle para darse el gusto de pagarles con la misma moneda. Una broma muy seria que va camino de convertirse en la pesadilla de los separatistas.
El fenómeno Tabarnia no es una ocurrencia ni se quedará en anécdota, llegó para quedarse como barricada común de todos cuantos aman la libertad en Cataluña. No es patrimonio de ningún partido, ni debe serlo. Su aspiración es convertirse en una nueva comunidad autónoma. Mientras tanto, es una tabla de oxígeno constitucional con poderes terapéuticos para una población harta de tanto despotismo y sinrazón nacionalista. No nos vamos a hacer daño, ¿verdad, doctor?
PD. De todo ello, ¿qué ha aportado el Gobierno? ¡Nada! Si no hubiesen sido el Poder Judicial y los ciudadanos, hoy Cataluña sería un territorio perdido.