Lo evidente ha quedado otra vez claro: el nacionalismo camuflado de catalanismo ofendido ha logrado un golpe de efecto más para arrastrar a la sociedad catalana a la desafección sentimental de España. La mesa del Parlament acaba de admitir a trámite una iniciativa popular para convocar un referéndum de autodeterminación de Cataluña. Con los votos del nacionalismo independentista manifiesto de ERC, con los catalanistas ecosocialistas de ICV- EUiA y con el catalanismo soberanista de CiU. Leen bien, también con los votos de Unió Democrática de Catalunya de Durán Lleida que se pasea por el Congreso de los Diputados de la capital de España como un hombre de Estado, mientras en la mesa del Parlament de Cataluña, su compañero, Antoni Castellà, vota a favor de admitir a trámite la iniciativa popular del referéndum de independencia amparado en el preámbulo de los estatutos de su partido donde asegura que ésta defenderá "la plenitud nacional de Cataluña en el ejercicio del derecho inalienable y natural de la autodeterminación de los pueblos". No sé si es más irreverente la cita del preámbulo de Unió del que hizo gala Antoni Castellà o la falsificación del derecho a la autodeterminación que hace la ONU y otros organismos internacionales. La ONU sólo garantiza tal derecho a los países colonizados, y condena cualquier intento que se haga contra Estados consolidados. Lo de sus compañeros de viaje, Convergència Democràtica de Cataluña, ya es sabido. Artur Mas, cada vez con más frecuencia, nos recuerda que Convergència aspira al soberanismo pleno de Cataluña.
Y mientras tanto, el PSC se lamenta de la decisión tomada. El primer día que cedió al chantaje emocional del catalanismo, allá por los principios ochenta y renunció a defender la letra de la Constitución, ese día colaboró a llegar a éste. Desde entonces –lo hemos repetido una y otra vez– no ha dejado de ensanchar el espacio nacionalista y reducir el propio. Ahora simplemente se ha quedado sin espacio y sin electores. Ya no hay marcha atrás sin traumas, él es el gran culpable de la desafección sentimental creciente de la sociedad catalana a la cohesión territorial de España. Y digo bien, territorial, y no sólo a la quiebra de la cohesión de derechos entre todos los españoles. Ésta hace tiempo que se inió. Porque el catalanismo, al contrario que el nacionalismo vasco, no ejerce violencia física, sino acoso psíquico y éste se sustancia en diversas escalas de acomodo forzado a las imposiciones del catalanismo.
Es un error más del PSOE y un malísimo negocio electoral para el PSC. Si esta semana se ha admitido a trámite la iniciativa popular independentista es a causa de La "Ley de Consultas Populares" que votó el PSC hace unos meses. A partir de ahora, una ola de soberanismo recorrerá de punta a punta Cataluña con la disculpa de la recogida de las firmas necesarias para la iniciativa popular. Tarde se ha dado cuenta de que le ha regalado combustible electoral para una década a ERC y permitirá a CiU jugar de nuevo a la "puta i a la ramoneta". Y ahora que explique a sus electores por qué se opone a que la gente pueda decidir libremente.
Con esta decisión se cierra una semana plagada de soberanismo virtual. Comenzó TV3 con la emisión de Adeu, Espanya?, siguió con el artículo de instrucciones de la hoja de ruta hacia la independencia de La Vanguardia y ha acabado en un mar de soflamas, tertulianos y detractores. Destaco dos estilos de estos últimos, el que nos ha deparado Carlos Martínez Gorriarán poniendo a la Constitución como garantía limpia ante tanta emboscada romántica y a José García Domínguez psiquiatrizando la broma. La pedagogía constitucional del primero y la sorna del segundo son imprescindibles en esta España de siesta posmoderna. Pero no hay que descuidar que la crítica que debe prevalecer al abuso nacionalista en esta época de crisis es la corrupción camuflada tras estas asonadas virtuales del catalanismo y la degradación económica de la economía de Cataluña. Nunca, en los últimos 200 años, Cataluña había retrocedido empresarialmente tanto respecto al resto de España, como en los 30 de catalanismo. Y esto no es porque España expolie, sino porque el nacionalismo ha reducido la iniciativa empresarial catalana, a una carrera por colocar a sus vástagos en el presupuesto del negocio nacional.