Hay demasiado redentor de apariencia progresista y dogmático de fondo que aún no se ha enterado que religión, en su acepción connotada, no es sólo creer en un dios o en veinte, sino tener fe a pesar de las evidencias, a pesar de la presencia del otro, a pesar de la pluralidad de perspectivas. Tiene que ver más con una forma de conocimiento que con un contenido. Se puede tener fe en cosas muy distintas, pero la fe tiene una misma naturaleza, la que no necesita pruebas para creer. Y en ese sentido, es tan creyente quién ve ángeles y demonios, como quien confunde su ideología con la verdad, quien amolda el reglamento del fútbol a los colores de su equipo, quien mata en nombre de la patria por el mero hecho de ser la suya, o tan creyente como quien confunde el paradigma científico de esta época con la ciencia y la ciencia con el único camino de conocimiento.
Esos mismos tics dogmáticos tampoco se han acabado de enterar que el laicismo no sólo nació de la voluntad de separar Iglesia y Estado, sino de no mezclar fe y razón, política y religión, dogma y democracia. Un instrumento más de la tolerancia para ejercer con libertad nuestras propias visiones de la realidad sin que nadie salga dañado del invento. El uso connotado de su expresión política.
A estas alturas de la historia cainita de los españoles, es tan anacrónico el acoso de "laicos, cristianos de base, republicanos, gays, ateos e indignados" (trascrito de la relación que El País ha hecho de los opositores a la visita papal a Madrid) como el anacronismo de la Iglesia Católica en tantas cuestiones humanas.
Durante semanas, los indignados ocuparon la Puerta del Sol sin que ningún otro colectivo fuera a acosarles, insultarles, agredirles o expulsarles. ¿Qué fe les impulsa a estos colectivos laicos a sentirse superiores moralmente a estos otros jóvenes creyentes, para atreverse a expulsarles de la Puerta de Sol? ¿Acaso su verdad es la verdad?
En estos tiempos que corren, parece que determinados colectivos están por encima del bien y del mal, y otros son el mal. Hoy, cuestionar o matizar los lobbys de gays y lesbianas, pedir las estadísticas de maridos maltratados o asesinados y no sólo las de mujeres asesinadas –por poner sólo dos ejemplos–, es motivo de sospecha. Misterios del dogmatismo travestido.
La tolerancia se ha de demostrar con el diferente, no con el idéntico. Con ese ya estamos de acuerdo.
Este alegato a favor del derecho de los católicos a expresar su religión con la alegría y el mismo respeto que la verdad de época prodiga al día del orgullo gay, no quiero sustentarlo sobre los valores del cristianismo (sería otro artículo), sino en su derecho democrático y laico a existir como cualquier otro colectivo dentro del margen de la Constitución. Sin más razones, sin demostrar limpieza de sangre, ni apoyarse en razones culturales. Porque vivimos en un sistema democrático donde los únicos que no tienen cabida son los que no lo respetan, los inquisidores de entonces y los nuevos inquisidores de ahora.
La defensa del laicismo y mi prudente agnosticismo no comprenden por qué algunos colectivos se amparan en ellos para negar lo que afirman.