El hartazgo de la ciudadanía por las maneras trileras de ejercer la política no es coyuntural, ha calado hasta el tuétano. La consecuencia es la desconfianza generalizada en cualquier promesa electoral, en cualquier político y en cualquier circunstancia. Hoy, en España, no sólo se está desmoronando un ideal constitucional, sino un comportamiento incapaz de ser coherente entre lo que decimos y lo que hacemos. Para poco sirve que tengamos buenas ideas, si sólo sirven para que se cumplan en cabeza ajena y nunca en la propia. Incluso las causas humanitarias se toman por oportunidades hipócritas de estos profesionales del engaño para conseguir sus fines electorales. No hay sitio para la excepción. El "todos son iguales" es a la vez la simplificación de un rechazo generalizado y la venganza de una sociedad impotente ante el descaro de sus políticos.
Evitaré cansarle con ejemplos. La máxima autoridad del Ejecutivo, Rodríguez Zapatero, los agota todos. Dice y hace en función de la coyuntura electoral. El principio de contradicción para él no existe. Esto sí que sacraliza "el ocaso de las ideologías" y no la pantochaza franquista de Gonzalo Fernández de la Mora.
Su homólogo en Cataluña, José Montilla, hace lo propio: "La independencia es decadencia", dice ahora, después de haberla llevado a su Gobierno a través de ERC, institucionalizarla en los medios públicos de comunicación y convertirla en el nuevo referente del catalanismo. Nadie ha hecho tanto por ella como sus ilimitadas ambiciones de poder a costa de la credibilidad política y los derechos de sus votantes.
Posiblemente una de las fórmulas más eficaces para irnos sacudiendo de encima la impostura de esas prácticas políticas sea las elecciones primarias. Por ellas mismas no tenemos garantizado ni la elección del mejor, ni el más honesto, pero habremos borrado de un plumazo las castas burocráticas de los partidos que tienden a ser camarillas para perpetuarse en el poder. Posiblemente tampoco sea la fórmula mejor para la estabilidad de los partidos, pero ¿quién dijo que la estabilidad es preferible "per se" a la posibilidad de cambiar lo caduco? No está el partido para el compadreo de sus élites, sino para gestionar con eficacia y honestidad un programa político capaz de ser útil a la sociedad. Lo cual no quiere decir tampoco que la estabilidad o el apoyo individual a candidatos sean contrarios al mejor sentido. Muy al contrario, son criterios legítimos y a menudo prácticos, siempre y cuando las partes estén de acuerdo y convivan con las primarias y con el respeto escrupuloso a las normas.
Después de diez años, el PSOE ha vuelto a las andadas, tendrá primarias para elegir el candidato a la comunidad de Madrid. Una buena noticia para la democracia. Pero el recuerdo de la defenestración de Josep Borrell que ganó en buena lid al aparato por aquel entonces, y el juego sucio de la dirección federal del PSOE para imponer a Trinidad Jiménez frente a Tomás Gómez, nos recuerda que las buenas ideas en política, no son buenas sólo por ser hermosas, sino porque se lleven a la práctica con eficacia y honestidad. Plagada está la historia de grandes ideas, tanto como de decepciones.
Puede que haya llegado la hora de afirmar que la revolución en política no está en las ideas (o sólo en las ideas), sino en el comportamiento, en la coherencia entre las ideas y su práctica en la realidad. De hecho, cuanto mejor es la idea, más peligrosa puede llegar a ser si a la hora de la verdad no se cumple, porque su incumplimiento la hace más espúrea al haberse utilizado como gancho electoral su bondad y la confianza que esta virtud despierta en la gente.
Las primarias son una gran idea. Tan necesaria que lo que no puede hacer un partido que las defiende es actuar bajo mano contra ellas. Así lo ha remarcado sin tapujos ante las seudoprimarias del PSOE, Rosa Díez, líder de UPyD que ha puesto en las elecciones primarias uno de los pilares básicos para devolver la democracia a los ciudadanos, frente a las cúpulas atrincheradas en sus privilegios: "Esto no son primarias":
En las elecciones primarias los candidatos no son designados por el jefe ni defendidos o apoyados por aparato ninguno. Cuando eso ocurre, se pervierte el propio sistema; y pasan a ser elecciones al viejo estilo, sólo que disimulando. (...) esto no son elecciones primarias, sino "secundarias". El Jefe ya eligió por todos; pero como "el indio" no se dejó, pues decidieron montar el numerito. Y todo el aparato trabajando a tope a favor de la designada.
No deja lugar a la interpretación, ni al cambalache en nombre de fines coyunturales. El partido no puede utilizar el aparato para echar a la cuneta a uno y encumbrar a otro. Esa es la revolución, la de la coherencia entre las ideas y su plasmación en la realidad. UPyD así lo ha recogido en sus estatutos y lo defiende con determinación su portavoz Rosa Díez. Sólo así, con hechos y no sólo con palabras, hemos de ganarnos los que creemos en la política, la reputación perdida. La apuesta es apasionante.