Si Hannah Arendt señaló la banalización del mal por haber convertido el mal absoluto en un espectáculo y reducirlo a personajes corrientes sin más inclinación al mal que un mediocre funcionario que obedece por instinto, podríamos decir que ayer en el Camp Nou, en el "Concert per la Llibertat", tomó cuerpo la banalización del bien, porque se convirtió a aquélla en un simulacro. Nunca la reivindicación de la libertad fue tan falsificada. Ver a tanto rebelde de salón exquisitamente desarreglado, simulando sufrir opresión y clamando por la libertad, era grotesco. En medio de un escenario alegórico bordeado de escaleras verticales que se perdían en los sueños, fingían coraje para liberarse del dominio de una España cuartelera, carcelera y expoliadora: boti, boti, boti, espanyol el que no boti, Freedom Catalunya 2014, Catalunya is not Spain, In, in, independenciààà! Una puesta en escena del mayor martirologio llevado a cabo hasta la fecha por el victimismo catalanista.
Estas son sus armas, sentirse oprimidos, cargarse de razón moral mediante la reivindicación de instrumentos políticos como la libertad y la democracia de la que viven. Han pasado 38 años desde que murió Franco, pero siguen empeñados en mantenerlo vivo para sentirse mártires de la historia y culpabilizar al resto de españoles de su incapacidad para gobernarse a sí mismos y responsabilizarse de sus actos.
Es grotesco que exijan libertad capas sociales que viven de ella. Es grotesco que quienes nos gobiernan desde hace tres décadas y viven del poder y el control de todos los presupuestos de la Generalidad nos llamen colonos. Es grotesco que exijan derecho a decidir quienes niegan desde hace 32 años ese mismo derecho a nuestros hijos en las escuelas. Es grotesco que exijan libertad, democracia y derecho a decidir y los nieguen al resto de españoles como pueblo soberano.
Ayer, en el aquelarre del Camp Nou se ofició una liturgia sentimental donde la melancolía por una historia virtual y la reivindicación de un sueño separatista se llevaron a cabo con todas las armas lacrimógenas, sobando hasta la náusea los sentimientos. No hay peor droga para el cultivo de la libertad que una sobredosis sentimental a costa del aval crítico de la razón. En esa liturgia concelebrada con artistas enamorados de la mística nacional, se recorrieron todos los pasos del calvario: "Tot està per fer i tot és posible", versos de Martí i Pol. Adolescencia mística.
Son maestros refinados en lo suyo, ejercen de víctimas mientras hacen de verdugos. Por eso, cuando a mitad del concierto salió la sacerdotisa de Òmnium cultural, Muriel Casals, para orientar al rebaño, repartió consignas para que el resto del mundo apreciase la bondad intrínseca de los objetivos del independentismo. Pura hipocresía: "Queremos construir unas relaciones fraternales con las mujeres y los hombres de España y con los ciudadanos del resto de Europa". ¡Lástima que no empiece por respetar a los propios catalanes que no comparten sus ideas, y con los que convive cada día! Y sigue cínica: "No queremos imponer nada". Es una lástima, podría empezar por no imponer el monolingüismo en nuestras escuelas, en nuestras instituciones, en nuestro callejero, en los rótulos. ¡Qué caradura!, la misma señora que solo hace unas semanas consideraba que en una Cataluña independiente no abogaría por que el castellano fuera lengua oficial nos viene con esa milonga para vender al resto del mundo y a los incautos del cinturón industrial de Barcelona las buenas intenciones del independentismo. Mucha piel de cordero para lograr la superioridad moral que les permite el abuso posterior.
La guinda la puso Titot, de Brams: "Tenemos un ejército y se llama cultura. Nuestros soldados son maestros, actores, médicos, científicos, y están desplegados por todos los Países Catalanes". Menos mal que ya lo dicen ellos; cuando sostuve por primera vez que el ejército de Cataluña eran sus maestros simularon una tremenda indignación. Nos vamos aclarando. Y el Estado malgastando armamento militar en lugar de contraatacar con estudios intelectuales serios, y difusión cultural ilustrada… en todos los ámbitos.
Nos han acusado de querer romper la cohesión social por denunciar la inmersión, la propaganda de TV3 o la exclusión de la Constitución de las instituciones catalanas. Ayer se demostró y se palpó que los únicos que rompen la cohesión social son los separatistas, con Artur Mas a la cabeza. Ya es un hecho que los separatistas son muchos, o cuanto menos se mueven mucho. Ayer, 90.000. No eran millones porque el Campo Nou tiene un aforo contrastado, las calles no. Y no están dispuestos a renunciar a imponer un modelo de sociedad al resto. A partir de ahora, no será tan importante cuántos son, sino cuántos quedaremos excluidos. Ese número es el que les tendría que preocupar. Sólo C’s llenó 3 campos como el de anoche en las últimas elecciones. Van a tener que construir muchos estadios para controlar a tanto empecinado en seguir siendo España.