Lo peor que ocurrió en el Parlamento de Cataluña es a la vez lo mejor. Por fin, la revolución de las sonrisas ha mostrado su verdadero rostro a toda España.
Miren, la primera condición para solucionar un problema es tener conciencia de él. Y durante demasiados años, demasiados españoles ni han tenido conciencia del problema territorial ni han querido tenerlo. Desde ayer eso ya no es posible: o se está con esta navajada a la Constitución, al Estado de Derecho y a la unidad de España o se está en contra; lo que no será posible ya es mirar para otro lado. Por fin, todo lo que ocurrió y cómo ocurrió, fue como había parecido siempre que era y demasiados se negaron a ver; o sea un engaño, un simulacro democrático repetido en el tiempo con el objetivo de imponer de forma camuflada una identidad excluyente, mutilar a millones de catalanes de su condición de españoles y romper España. ¡Y ojo con la amenaza anexionista de los países catalanes cuando las condiciones lo permitan! Debemos empezar por corregir la percepción del problema: el problema no es Cataluña, es la destrucción de España como nación. Y lo que ocurrió ayer en el Parlamento catalán fue el primer hilo de la madeja.
No insistiré en el procedimiento tramposo y antidemocrático de personajes más propios de una secta que de un Estado de Derecho. Los medios han retransmitido en tiempo real la felonía. Pero sí me detendré en cuál será el siguiente problema y cómo combatirlo.
Tanto los que son partidarios de pasos prudentes como quienes prefieren medidas drásticas contra los sediciosos han de tener en cuenta la naturaleza de la infección. Ni unas medidas ni otras la solucionarán por sí solas. Es necesario actuar para inhabilitar y neutralizar el golpe. Es condición imprescindible, pero no suficiente. El mal llamado problema catalán no se desactiva solo con inhabilitar, multar o encarcelar a los responsables. La infección nacionalista nace del relato catalanista y su leyenda negra contra España, la peor de todas. Ese es el verdadero problema, de ahí manan su convencimiento supremacista y su hegemonía moral. Pues bien, si no se ponen los medios, la paciencia y la persistencia en el tiempo para desenmascarar su naturaleza supremacista; si no se desacreditan sus mentiras históricas, se restaura una educación ilustrada, se desactiva su victimismo con datos y cifras; si no se crean las condiciones pedagógicas para restaurar los lazos afectivos con el resto de españoles, nunca se solucionará el problema. Porque el problema se ha enquistado en el cerebro sentimental de varias generaciones.
En Cataluña, el debate político ya no es racional, es tribal. Es el lenguaje del fútbol. Si no eres de mi equipo eres el enemigo. En ese enfrentamiento ha muerto la pasión por la verdad. Sólo importan los míos y lo mío. La objetividad, la neutralidad, la ciencia y los hechos sólo sirven si nos sirven. El conocimiento objetivo ha muerto en manos del dogmatismo. La filosofía es más necesaria que nunca en un tiempo que parecía superada.
Buena parte de la sociedad catalana está inmersa en un encantamiento, ensimismada, viviendo en una realidad paralela, sugestionada a diario por todo el aparato propagandístico del poder político, escolar y mediático. Hay que romper el encantamiento, hay que restaurar las reglas democráticas si no queremos ir cada día más deprisa hacia una sociedad sectaria. El analfabetismo de conciencias libres y críticas crece imparable en esa mentalidad de mafiosos.
PS: Ayer la oposición perdió una oportunidad de oro para enfrentarlos a su propio espejo. Bastaba con que uno de los portavoces, por ejemplo Inés Arrimadas, se negara a bajar del estrado en su turno de palabra, desoyendo la voz de la presidenta tantas veces como le recordara que su tiempo había terminado. Impávida, Inés hubiera seguido hilvanando un discurso interminable. Algo tendría que hacer la presidenta, además de mostrar su ira y autoritarismo. Por ejemplo, ordenar al servicio de orden que la desalojara por la fuerza. Quizás alguno hubiera comprendido que romper las reglas solo conduce al enfrentamiento y al caos. Y la foto del día hubiera sido la de su intransigencia.