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La clase, mejor que nunca

Francia nos relata el espanto de nuestras aulas. Mientras tanto, aquí, en España, con una realidad idéntica, nuestros "progres directores" han sido incapaces de relatar el daño inmenso que han hecho a este país sus amigos políticos de la LOGSE.

No se crean el título, la clase, o sea, la escuela, está peor que nunca; pero Mejor que nunca es una comedia divertidísima de Dolors Payás. Todo lo contrario que La Clase, película del francés Laurent Cantet que retrata el fracaso de la escuela como espacio de conocimiento. Las dos recién estrenadas. Una para tomarse muy en serio las reglas rotas de la civilización y otra para romperlas todas. Las dos para aprender, la primera, de forma seria, la segunda, a carcajadas. La Clase, para mostrar con toda su crudeza la muerte de la escuela, el nihilismo cruel de una generación de alumnos enfermados de zafiedad, autosuficiencia, irresponsabilidad, inconscientes de su propio bienestar, sin voluntad para sospechar el misterio de las cosas, groseros y maleducados y cuyo único alimento que parecen metabolizar con eficacia es la televisión basura.

Inútil el esfuerzo de una institución y unos profesores sin autoridad ni autoestima, que como Penélope, tejen conocimientos y se esfuerzan por impartir valores por la mañana, pero que la televisión, el lado oscuro del ordenador y el abandono familiar deshacen por la noche.

Nuevamente Francia nos relata el espanto de nuestras aulas. Lo había echo ya otro director francés en 1999, Bertrand Tavernier, con la película Hoy empieza todo. Mientras tanto, aquí, en España, con una realidad idéntica, nuestros "progres directores" han sido incapaces de relatar el daño inmenso que han hecho a este país sus amigos políticos de la LOGSE.

De obligado visionado para todos ellos, para los políticos y para los creadores que, como con el terrorismo, parecen mudos y ciegos a la hora de plasmar su nefasta realidad.

Si en La Clase nos irrita la falta de responsabilidad, de educación, de costumbres saludables, de voluntad y esfuerzo por aprender valores de los de toda la vida; en la película de la catalana Dolors Payás, Mejor que Nunca, irritan los prejuicios, las costumbres, los falsos valores, la resignación, la insufrible presencia de las nuevas formas de religión de quienes ya no tienen en qué creer después de que la historia haya ridiculizado su ideología. Un brisa deliciosa de humor, de inocencia para relatar las cárceles de cualquier soplapollas con cualquiera de los muchos catecismos de terapias psicoadolescentes, especializados en reciclajes ecológicos, savoranolas nacionalistas o patéticas siliconadas. Insuperable el retrato de la psicoterapeuta, a la postre hija de la protagonista. ¡Qué agobio, dios mío!

Es la historia de una mujer menopáusica abandonada por su marido, que decide agarrarse a la vida y huir de todos los convencionalismos. Inteligente apuesta, maravillosa naturalidad. Victoria Abril está, sencillamente, genial. Esa expresión de sorpresa que rompe con todos los convencionalismos e irritará a cualquier feminista oficial que se precie, es impagable. Y ese desprecio sin complejos de Dolors Payás a cada una de las formas sofocantes de acoso moral del nacionalismo catalán a la libertad y a la alegría de la vida, aún más impagable. Es una comedia, pero es la primera película hecha en Cataluña, de Cataluña, que dentro de 50 años los sociólogos tendrán en su memoria como la primera que retrató la inquisición política de una época como si sólo se estuviera divirtiendo. Todo el nacionalismo, todo el poder reducido a un ridículo portero, metementodo, chismoso y chivato, inaguantable, lleno de pegatinas y con el Estatuto a cuestas para decir aquello de: "No sabe usted con quien está hablando". ¿O no lo dijo? Divertidísima película.

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