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Antonio Robles

Galicia, un campo de amapolas

A falta de Ciudadanos en las autonomicas gallegas, sólo el partido de Rosa Díez es capaz de garantizar esa igualdad de todos los españoles ante la ley y la defensa de la lengua común.

La ciudad de Piedra y peregrinos nos recibió envuelta en lluvia fina. Una manera hermosa de mostrarse como es. Gloria Lago hubiera preferido un Santiago de Compostela radiante de sol y luz. Aún no sabía que el calor y la luz lo traerían cada uno de los 7.000 corazones que abarrotaron la Plaza de la Quintana para exigir "Libertad para elegir". Porque fue de esos encuentros de gentes heridas por el atropello de una injusticia, que salen a la calle desesperadas en busca de una solución que hasta el Estado les niega. Nada que ver con esas "manis" de nuestros insignes profesionales de la pancarta y el "Nunca Máis", que salen de vez en cuando para renovar su progresismo sectario en un ritual de rebaños. No se juegan nada, tratan de recordarnos su superioridad moral.

Mucho se ha escrito de ella, incluso antes. El propio Santiago Rey, presidente y editor de La Voz de Galicia, dejaba en un artículo al modo y manera del Yo acuso, de Emile Zola, su "Yo protesto". En él arriesgaba lo siguiente: "Protesto porque el idioma que antes fue negado ahora se quiere imponer sin contemplaciones ni concesiones al sentido común. Y la lengua se parece en esto al amor. Si nadie por la fuerza pudo retirarla, nadie por la fuerza podrá tampoco imponerla".

Estas ideas impresas el 8 de febrero de 2008, el mismo día de la manifestación convocada por Galicia Bilingüe en Santiago bajo el lema "Quiero libertad para elegir", es un claro indicio de que Galicia aún está a tiempo de poner freno al delirio nacionalista (no me imagino algo así en La Vanguardia). En Cataluña y en la Comunidad Autónoma Vasca no fue posible desenmascararlo a tiempo. Una fatalidad que ha reducido a ciudadanos de segunda a parte de sus ciudadanos y emponzoña cada día la convivencia en España. No fue posible en Cataluña, porque una casta nacionalista logró imponer a través del acoso moral y el chantaje emocional la responsabilidad de la adversidad histórica sufrida por la lengua catalana, a la mitad de la población que había llegado de fuera. Galicia no tuvo ni tiene esa población foránea susceptible de convertirla en conversa; nadie le puede decir a un gallego cuál es su lengua, ni hacerle culpable de la postración histórica del gallego. Esa es su ventaja.

En el País Vasco la imposición se ha ejercido a través de una atmósfera de violencia, pero no ha convencido a nadie, entre otras cosas, porque la violencia nunca convence, sólo impone.

Hay razones para estar esperanzados. En sólo un año y medio, miles de ciudadanos gallegos han tomado conciencia de los atropellos lingüísticos y se han organizado. Cuando desde las escalinatas de la plaza Platerías volví la vista atrás y la extendí sobre las miles de personas que la abarrotaban con un simple cartel del tamaño de un folio de fondo blanco y un SÍ inmenso en rojo que abogaba por el bilingüismo, me topé con la primavera. Parecía un gran campo de amapolas en medio de la intolerancia de una docena de necios que se empeñaban en segarlas a botellazos y pedradas. No lo consiguieron, porque la Policía Nacional hizo lo que debe hacer en un sistema democrático, impedir que la violencia y el chantaje atemoricen a los ciudadanos; ni lo conseguirán, porque en Galicia el nacionalismo ya ha enseñado su patita sucia y ha asustado a mucha gente. Es seguro, sin embargo, que el acoso y la violencia con que intentaron acabar con la manifestación, abra los ojos a más de uno. Es curioso que en Cataluña, en la Comunidad Autónoma Vasca y en Galicia no haya tribus urbanas violentas como las hay en todas las grandes ciudades de Occidente. No las hay porque los jóvenes más insociables y violentos encuentran cobijo natural y se amamantan en las madrigueras nacionalistas. En ellas pueden ejercer la violencia con impunidad amparados por la patria y la lengua propia.

Por eso, el pasado 8 de febrero del 2009, cuando madres, padres y niños se reunían en la Alameda de Santiago para salir a las 12 en punto hacia el corazón de la ciudad, decenas de encapuchados con distintivos de Nós-UP (Nós-Unidade Popular), arremetieron a puñetazo limpio contra los manifestantes, lanzaron piedras y botellas de cristal, vertieron gel resbaladizo por las calles mojadas, arrojaron petardos con intención de amedrentar y sembraron el recorrido con canicas con el objetivo de impedir la manifestación. Su paso por la ciudad dejó un reguero de violencia contra el mobiliario urbano y rompieron la luna de un coche policial y otro de la prensa. Una verdadera demostración de fascismo. La víspera habían pintado consignas e insultos en las paredes de la ciudad: "Bilingüismo é espanholismo", "Galicia Bilingüe inimigos do Galego" firmados por Briga. Lo de siempre, necesitan crear un enemigo a la altura de sus ascos para deslegitimarlo y agredirlo. Ayer, Galicia Bilingüe presentó ante la Fiscalía denuncia contra estos hechos y contra todos los casos que hasta la fecha han ido acumulando de agresiones, abusos y sinrazones realizados por diferentes grupos violentos del entorno ideológico del BNG.

No lograron imponer su violencia, pero evidenciaron lo obvio: Son la encarnación de los camisas pardas, de jarrai, de los guerrilleros de Cristo Rey, de los nazis, aunque aún no lo sepan. Les hubiera venido bien escuchar atentamente el final del discurso de la presidenta, Gloria Lago, en medio de aquella inmensa primavera de amapolas en que se convirtió la plaza Quintana: "Nadie nos puede imponer cómo hablar, cómo aprender, cómo crear, cómo comunicarnos. Queremos ser libres para elegir nuestro modelo de convivencia, porque sobre a base da imposición non se pode construir unha sociedade libre". La plaza se estremeció, a mi amigo Juan Manuel, grande como un pino, se le humedecieron los ojos. Me conmovió.

Hermosas palabras que habrán de administrar ahora con extrema precaución ante las elecciones autónomas gallegas. Ya sabemos qué da de sí el PSOE de Zapatero diluido en el PSG de Touriño. En Cataluña, el PSC de Montilla ni siquiera cumple las sentencias del Tribunal Supremo que le obliga a respetar la lengua vehicular elegida por los padres. Sus socios del BNG, como sus homólogos de ERC de Cataluña, ya sabemos el desprecio que le tienen a la lengua común de todos los españoles y a España misma. ¿Y quién se puede fiar de un PP gallego que aprobó una ley de política lingüística a imagen y semejanza de Cataluña? No son mejores que los nacionalistas. Y si no, que se den una vuelta por Baleares donde gobernaron o por la Comunidad Valenciana donde gobiernan. Siempre tuvieron a la lengua como moneda de cambio, como cuando en el 96 le cortaron la cabeza a Alejo Vidal-Quadras para gobernar con Pujol, o ahora mismo, con Alicia Sánchez Camacho que se niega a firmar el "Manifiesto por la lengua común", como se negó a sumarse a la manifestación contra el presidente Montilla por negarse a cumplir las sentencias que obligan a la Generalitat a respetar la lengua vehicular elegida por los padres. Su última incongruencia ayer mismo: se niega a enmendar un proyecto de ley del Síndic de Greuges que en su artículo 98 pretende impedir que el Defensor del Pueblo tenga competencia alguna en Cataluña, cuando en su momento había recurrido al Tribunal Constitucional contra el artículo 78 del Estatuto de Cataluña que lo permitía. Como para fiarse de Feijóo cuando promete acabar con el decreto que impide a los padres elegir estudiar en castellano.

La entrada de Ciudadanos en el Parlamento de Cataluña ha demostrado lo útil de votar a un partido nacido para defender sin complejos la igualdad de todos los españoles ante la ley. Ya nada se hace con impunidad y muchas cosas han cambiado.

Que nadie se engañe, a falta de Ciudadanos en las autonomicas gallegas, sólo el partido de Rosa Díez es capaz de garantizar esa igualdad de todos los españoles ante la ley y la defensa de la lengua común. Uno o dos diputados podrían, además, ser suficientes para decidir el gobierno de Galicia. Una oportunidad.

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