La escandalera por la financiación ilegal de Unió Democrática ha servido para el desahogo nacional. Pero no se ha dicho por qué hemos llegado a esto en Cataluña. ¿Por qué tanta impunidad? ¿Cómo es posible que salga la portavoz de Unió y tenga la cara dura de afirmar que Unió no ha sido condenada, si ellos mismos han reconocido el delito para no llegar a juicio? Me refiero a la desfachatez, al nulo respeto a la opinión pública que le paga el sueldo, a la seguridad de que nada ni nadie podrán darles un puntapié en el trasero.
¿Cómo hemos llegado a esto?
Hemos llegado a esto el día que el gobierno de Felipe González se amedrentó ante el aquelarre que le montó Pujol en la Plaza de San Jaime para envolverse con la bandera y evitar el tufo de Banca Catalana. Hemos llegado a esto en cada caso que el Fiscal General del Estado se ha inhibido con los innumerables casos de corrupción que los tribunales en Cataluña archivaban, dilataban en el tiempo, pactaban o actuaban con prevaricación. Como el caso del Juez impuesto por Pujol en el CGPJ, Pascual Estevill, o del abogado que le defendió de la ruina de Banca Catalana, Piqué Vidal, o su empresario modelo, Javier de la Rosa. ¿Acaso un responsable político con ese trío de delincuentes podía seguir en su puesto? Siguió y amparó a otros muchos, empezando por el ex secretario general de Presidencia, Lluís Prenafeta, su mano derecha, el que le ayudó a construir la Cataluña impune en la que viven sus hijos. No me refiero solo a los de sangre, sino también a los amamantados por el nacionalismo que viven convencidos de disfrutar de un oasis. Una creencia fundada, sin lugar a dudas. Y así un rosario. La propia financiación ilegal de CiU camuflada tras la coartada cultural del catalanismo del Palau (3,3 millones de €) no es más que una bandera más para cubrir la omertà de legalidad. Con afortunada ocurrencia, L`Hora asignaba una bandera a cada caso de corrupción de CiU con ocasión del inicio de la deriva independentista de Artur Mas en las elecciones de 2010. Vale la pena abrir el Link.
Pero la corrupción no sólo es económica. Más aún, la económica sólo se puede llevar a cabo con impunidad si antes se ha llegado a la política y a la ética. Allí donde la red clientelar y familiar teje y controla jueces, empresarios y poder político. Es la nación que todo lo justifica. Hemos llegado a esto por consentir que el Estado permitiera que el Gobierno de la Generalidad no acatara ni cumpliera la primera sentencia judicial que amparaba el derecho a estudiar en castellano; hemos llegado a esto el día que los responsables de protocolo del Estado miraron para otra parte cuando Artur Mas tapó con una cortina negra el retrato del Jefe del Estado en el día de su posesión, o se retirara la primera bandera constitucional de la fachada de un Ayuntamiento. Hemos llegado a esto cada vez que el dirigente de un partido corrupto, como Duran i Lleida, se permitía llamar al Estado español cloaca y acusar a los parados andaluces de pasarse "la jornada en el bar del pueblo" con lo que aporta Cataluña a España. Él, precisamente él, que ha utilizado el dinero de los fondos europeos para la formación de parados y trabajadores... ¡Caradura!
Para acabar con esto hay que empezar por llamar a las cosas por su nombre. Cospedal ha calificado de "ruin" a Artur Mas por su actitud desconsiderada a las autoridades del Estado en el día que se inauguraba con el dinero de todos los españoles la conexión por AVE de todas las provincias catalanas. Solo Cataluña tiene ese privilegio. Él, sin embargo, se quejó de ser la comunidad que más aporta y la que menos recibe. Mintió. Madrid, Baleares y Valencia aportan más al PIB que Cataluña.
La dirigente del PP llamó por su nombre a la actitud déspota de niño consentido que genera la impunidad política. ¡Chapeau!