La promesa de Pere Navarro, del PSC, de abstenerse en cualquier votación parlamentaria sobre el derecho a decidir es la más patética evidencia de la sumisión de los socialistas catalanes a la hegemonía cultural y moral del nacionalismo. Es tal el terror a ser considerados traidores a la terra, que no tienen siquiera opinión. La imagen que proyectan es la del acomplejado incapaz de mostrar su carácter y tener agallas para defender sus derechos.
La actitud de Navarro es desoladora, porque muestra el grado de sometimiento de la sociedad catalana al poder intimidatorio de la ideología nacionalista. Como si no se pudiera pensar ni gesticular fuera de ella. Algo inaudito en un Estado de Derecho, insoportable para una ideología engendrada para combatir la alienación humana.
El error de Navarro no reside en que ha optado por una decisión equivocada; el error de Navarro es que renuncia a utilizar la razón para contrastar sus valores con los del nacionalismo. Cree, en su cobardía intelectual y política, que no oponerse a la tramposa y peligrosa consulta por el derecho a decidir le salva del capiroche españolista. Cree que oponerse no es democrático. ¡Como si fuera la postura ideológica y no la insumisión a la ley lo antidemocrático!
Y como si pudiera evitar irritar a la tribu y estar a la vez con la Constitución, brinda a los nacionalistas cooperación para hacer el referéndum siempre que sea legal. ¡Como si pudiera oponerse si fuera legal!
Un referéndum lega es constitucional, y por tanto amparar esa legalidad es obligación de todos los ciudadanos e instituciones. ¡Faltaría más! Pero lo que está aquí en juego no es estar de acuerdo o no con un referéndum legal, sino apoyar o no el tocomocho de la consulta del derecho a decidir, que sólo es un eufemismo para envenenar las relaciones con España y emprender el camino de la ruptura. El derecho a decidir ya lo tenemos en el ordenamiento constitucional; por el contrario, su derecho a decidir no es un mecanismo para enaltecer los valores democráticos de la población, sino para lograr la independencia a espaldas de la ley. Si tuvieran algún interés en lograrlo dentro de ésta, no tendrían obstáculo alguno. La ley se lo permite.
No se trata de templar gaitas, sino de afrontar la responsabilidad de oponerse a la insumisión. Aunque parezca impopular. El derecho a decidir tiene la forma de un derecho, pero en realidad es una máscara para poder erosionar la legalidad sin parecer un fascista. Podrían solicitarlo al Congreso, pero como no aceptan la soberanía nacional ni cuentan con mayoría para llegar a la independencia, tiran por el camino de en medio como vulgares golpistas. Y ese atajo es la rebelión contra las leyes, aunque lo nombren con expresiones populistas como la del derecho a decidir. A esto es a lo que se tienen que oponer Pere Navarro y su PSC. Meter la cabeza bajo el ala, abstenerse para no poner palos en las ruedas y aparecer ante los ciudadanos como aseados demócratas, cuando serlo exige lo contrario, es cooperar con el mal. "Lo único que es necesario para que el mal triunfe es que los hombres de bien no hagan nada", sentencia Edmund Burke.
Si hubiera en ello la más leve pizca de sinceridad democrática, ¿por qué se opondrían al derecho a decidir de los padres en lo relacionado con la lengua en que han de estudiar sus hijos?
Con su abstención, el PSC colabora en los preparativos de la ruptura con España. Los doce apóstoles para la independencia que constituyen el Gobierno recién nombrado por Artur Más, con el más radical independentista –Francesc Homs– como consejero de Presidencia y la prevaricadora Irene Rigau en Educación, deberían hacer reflexionar a los del PSC. Pero no reflexionarán, porque están en el ajo, ¿sin saberlo?