Hace unos meses, un joven dirigente de un importante partido político llamó por teléfono al responsable de la misma formación en un ámbito territorial menor para protestar por los contenidos del blog de unos afiliados. La queja fue, textualmente, que "expresa sus propias opiniones". La respuesta que obtuvo fue igual de contundente: "Cuando alguien se afilia, yo no le exijo que deje de pensar por sí mismo". La bitácora en cuestión sigue activa y mantiene el tono irreverente, y en ocasiones vulgar, que causó el enfado de ese político al que no le gusta que sus compañeros de partido opinen por cuenta propia.
Los dos protagonistas de la anterior conversación son una buena muestra de la forma en que afrontan la comunicación por internet todos los partidos españoles y de cómo deberían hacerlo en cambio. El primero de ellos es un joven viejo político, que pareciera tener el doble de años que su edad real. Pese a su juventud, sigue anclado en la concepción dominante en todas las formaciones políticas importantes del país. Esta es, además, un reflejo de cómo consideran muchos que deberían comportarse todos los militantes. Trata de llevar a la red el modelo clásico en el que los temas que deben tratarse y cómo hacerlo se deciden desde arriba. En este esquema, el afiliado tan sólo debe ser un altavoz que repita de forma acrítica lo que se le indique desde la cúspide.
El segundo es justo lo contrario. Para empezar, considera que afiliarse a un partido no significa sumisión ni renunciar a pensar por cuenta propia. Y esto tiene reflejo –no puede ser de otro modo– en la comunicación online. Los afiliados de su zona no están obligados a ser meros altavoces de la dirección nacional o territorial de la organización. Pueden, en sus bitácoras o cuentas de redes sociales, tratar los temas que prefieran, tengan que ver o no con la política, y además son libres de crear su propia forma de transmitir los mensajes. Se abre así un potencial creativo que puede ser utilizado tanto por otros miembros del partido como por los órganos de dirección del mismo.
En este modelo existe, es cierto, el peligro de que alguna persona haga vídeos de mal gusto (aunque, por ejemplo, esto último es marca de la casa en el caso de Juventudes Socialistas como organización) o transmita mensajes poco convenientes. Pero es un riesgo menor. El resto de afiliados sólo aprovecharán los videos, argumentos y similares que les parezcan adecuados. De esta manera se producirá un efecto viral que difundirá rápidamente lo bueno y descartará lo malo. Frente a esto, en el modelo anquilosado que trata de trasladar a la red los viejos esquemas, la dirección sólo está sometida a sí misma para ver lo idóneo o no de lo que se transmite. Y como quienes forman parte de ella son quienes han decidido de esta manera, por lo general pensarán que han acertado.
Cuanto más tarden los partidos españoles en aceptar que en la red no sirven los viejos esquemas, más tardarán en poder aprovechar el potencial que les ofrece. Tal vez el joven viejo político al que nos referíamos más arriba esté cómodo así y luche para que nada cambie. Si le hacen caso, habrá dañado a su formación. Antes o después el resto de partidos reaccionarán y ganarán varios puntos de ventaja sobre el suyo.