En 1999, tras el ciclón que arrasó el estado indio de Orissa, la Agencia de Desarrollo Internacional de Estados Unidos envío a través de varias ONGs ayuda alimentaria a la zona en forma de maíz y soja. Diversas organizaciones ecologistas de la India exigieron que su gobierno rechazase los envíos, pues se trataba de alimentos transgénicos, los mismos que los norteamericanos llevaban consumiendo desde 1996. En 2002, el presidente de Zambia rechazó un auxilio similar a pesar de que millones de habitantes de su país se encontraban en una situación límite debido a la sequía. El pueblo zambiano resolvió la situación asaltando los almacenes y haciéndose con la comida que su Gobierno retenía.
El domingo pasado, José Carlos Rodríguez advertía con acierto del peligro del ecologismo, "manifestación de una atávica llamada contra la sociedad y sus conquistas". En efecto, en los últimos años el frente eco-socialista ha centrado sus esfuerzos en obstaculizar la aplicación de los avances científicos que permiten la mejora de la productividad agrícola y atajan fenómenos como la sequía, la erosión del suelo y la mortalidad humana derivada de enfermedades coronarias, la malaria y el SIDA.
Solos o con el apoyo de grupos conservadores y nacionalistas, los eco-socialistas han conseguido entre otras cosas obstaculizar con argumentos ridículos las terapias genéticas entre humanos, prohibir los trasplantes de vísceras de cerdo a personas en varios países y someter la investigación sobre los implantes de tejido animal en seres humanos a una situación de vacío legal. El resultado es que las investigaciones llevadas a cabo en naciones como Gran Bretaña han tenido que ser trasladadas a otros lugares, con la consiguiente pérdida inútil de tiempo, recursos financieros y vidas humanas.
Por otra parte, la Unión Europea sigue aplicando una política de chantaje a los países del Tercer Mundo que se plantean la implantación de cultivos transgénicos que, además de ser más nutritivos, suponen un tremendo ahorro para los agricultores, ralentizan la erosión del terreno, acaban con plagas de insectos nocivos para la salud humana y aumentan la productividad de la superficie cultivada, permitiendo que parte de esta se destine a otros fines.
El frente ecologista también ha hecho hincapié en la preservación de los bosques húmedos. A pesar de que hace años que los arqueólogos y otros científicos probaron que buena parte del paisaje amazónico es una creación humana y que muchos bosques aparentemente salvajes son en realidad enormes huertos de frutales configurados durante siglos por la acción de los pueblos que vivían allí a través de la hibridación, la tala y la combustión controladas, los eco-socialistas y sus compañeros de viaje del mundo del espectáculo han conseguido hacer creer a la mayoría que la cuenca del Amazonas es una región virgen que nunca fue mancillada por la mano del hombre. Incluso la llamada terra preta, una de las más fértiles del mundo, es una invención humana.
Los cultivos transgénicos, la aplicación de las técnicas usadas por los indios diezmados por las enfermedades europeas y la esclavitud para transformar el paisaje y el descubrimiento de los antepasados silvestres de algunas plantas domesticadas representan una oportunidad sin precedentes para sostener el aumento de la población, acabar con varias plagas, conservar la diversidad de la fauna y la flora de la Tierra y al mismo tiempo liberar recursos para otros sectores de la economía. Y todo esto sin violentar las culturas y costumbres locales, que pueden elegir entre un amplio abanico de posibilidades.
La respuesta de muchos eco-socialistas a todas estas innovaciones es a menudo un triple "no" acompañado del consabido mensaje sobre el inminente exterminio de la raza humana a manos de las grandes empresas. Ellos sí que son una amenaza para la biodiversidad del planeta, un auténtico lobby de la muerte dedicado a condenar a cientos de millones de personas a la miseria, la ignorancia y la enfermedad.