No sé qué tiene que ver la obligatoriedad de que un Cristo crucificado presida las aulas de algunos colegios públicos con la libertad religiosa. ¿Qué fue de la autonomía de los padres para educar a sus hijos según sus propias convicciones? ¿Dónde quedó la objeción de conciencia? ¿Alguien recuerda las sentencias sobre Educación para la Ciudadanía donde se denuncia la injerencia estatal en las familias? ¿En qué página del BOE está escrito que las aulas financiadas con los impuestos de todos deban exhibir una imagen de Jesucristo? ¿Qué parlamento democrático español votó una cosa así?
La calidad del debate político actual no puede haber caído más bajo. Un homófobo es alguien que no está de acuerdo con Zerolo. ¿Y un catalanófobo? Cualquiera que piense que Cataluña fue, es y seguirá siendo España. El último artefacto del pensamiento chatarra es la cristofobia, definida como una patología que comienza cuando uno cree que la imposición a los hijos de los españoles del rostro doliente del Señor cada vez que alzan la cabeza es una barbaridad. Lo malo de la ligereza conceptual es que las definiciones son tan amplias que al final pierden cualquier significado. O lo que es peor, se usan de una forma tan falaz que cuando de verdad tengan a un cristófobo delante serán incapaces de reconocerlo.
Y hablando de libertad, ¿y si los padres ateos prohibieran a sus hijos la entrada en aulas públicas –repito, pagadas también con sus impuestos– decoradas con motivos religiosos católicos? ¿Y si la Junta Islámica pidiera la colocación de signos indicativos de la ubicación de La Meca en los centros escolares?
Además, ¿tan débil es la fe de algunos que piensan que la única forma de mantenerla es exigiendo que el Estado se la recuerde? ¿Acaso me convertí en ateo el día en que dejé de llevar escapulario? No sabía que la renuncia a exhibir símbolos religiosos, o a reclamar al Estado que lo haga en mi nombre, fuera causa de excomunión o síntoma de locura. ¿Acaso somos los que no tenemos un Sagrado Corazón en la puerta de nuestras casas esbirros del Anticristo?
Si, como sostienen algunos, el crucifijo es un elemento esencial para preservar los fundamentos de la civilización occidental, ¿por qué no instalarlo también en los centros privados? Según ese razonamiento, consentir que los hijos de algunos pijos estudien en aulas carentes de símbolos católicos no sólo es una inmoralidad, sino una conducta intolerable que debe ser corregida cuanto antes. ¿Y qué hay de las universidades? Allí también hacen falta. No quiero ni pensar que alguno de los defensores del Cristo a la fuerza lleve a sus niños a un colegio laico. Tamaña hipocresía me resulta inimaginable.
Siento decirlo, pero más de uno me recuerda a esos nacionalistas que se las ingenian para que sus hijos se libren de la inmersión lingüística que ellos imponen a quienes no se pueden pagar un colegio privado. ¿Y por qué no llevan a los niños al Británico?, se preguntará la María Antonieta de turno. Tal vez porque algún miembro de tu familia no le deja. Demasiadas leyes caras e inútiles; demasiados impuestos.
Tienen razón la ministra de Educación y María Dolores de Cospedal. Lo mejor es que cada colegio decida si quiere o no contar con símbolos religiosos. Y en caso de que los haya, dónde deben estar, recayendo la carga de la prueba sobre cristeros, mahometanos piadosos y demás. Nadie dijo que defender la libertad contra el Estado opresor fuera tarea fácil. Ya saben que liberalismo viene de liberal, es decir, generoso. Y el que no lo entienda así, que se lo haga mirar.
El problema es que aquí a muchos se les llena la boca hablando de Milton Friedman, el señor del cheque escolar, pero a la hora de la verdad se comportan como discípulos del filósofo Leo Strauss, padre del neoconservadurismo, la penúltima modalidad del socialismo de derechas:
Si el vulgo descubriera, como los filósofos siempre han sabido, que Dios está muerto, podría comportarse como si todo estuviera permitido.
La arrogancia, el elitismo y el complejo de superioridad no son patrimonio exclusivo de los progres. No se han vuelto locos, siempre fueron así. Ya lo advirtió Spinoza, pero pocos le creyeron porque aunque también era ateo, nunca pretendió obligar a los demás a que no lo fueran. Demasiada sinceridad, demasiada valentía en el corral de las gallinas.
Espero que no se sorprendan si de aquí a poco se anuncia el nacimiento de la plataforma de padres Dios no existe, o la de Cuelga un verso del Corán en tu clase. Más leña al fuego. No digan que no les avisé.