"Nadie convoca un referéndum para perderlo". Más o menos así fue como según algunos historiadores Luis Napoleón Bonaparte (III) puso fin a la discusión con un viejo liberal que, alarmado por la ola de represión desatada contra los partidarios del "no" en la consulta popular convocada por el dictador para convertirse en emperador, decidió arriesgar su vida y su hacienda solicitando una audiencia con el otrora defensor de los patriotas italianos contra la tiranía papal.
Uno de los mecanismos empleados por el sobrino del corso para asegurarse el triunfo electoral fue limitar la propaganda del bando contrario. Mediante decretos ad hoc, el Gobierno redujo la campaña del "no" a un fenómeno marginal a fin de garantizarse el apoyo de la clase media, especialmente propensa a votar poder, que dirían los expertos electorales, sobre todo después de los graves tumultos causados por la revolución de 1848.
El domingo 15 de febrero, más de 10 millones de venezolanos decidirán si Hugo Chávez puede o no presentarse a la reelección como presidente de su país de forma indefinida. El Consejo Nacional Electoral, un órgano presuntamente autónomo e independiente de los partidos y cuya misión es "mantener vivo en los ciudadanos el afecto por la democracia" ha decidido prohibir una serie de anuncios que animan a los votantes a decir "no" aludiendo a ejemplos sacados de la historia del país y de la de Cuba. Sin embargo, nada ha dicho el CNE a propósito de la prohibición gubernamental al viaje de Lech Walesa. No es la primera vez que el Gobierno de Venezuela impide que el líder polaco visite su país: el año pasado el premio Nobel de la Paz decidió no asistir a un congreso sobre democracia después de que la embajada chavista le informase de que el Ejecutivo venezolano se negaba a garantizar su seguridad.
Cuando en 1999 viajé a Venezuela encontré un país entre divertido y conmocionado ante la nueva etapa política abierta tras la victoria del teniente coronel. Casi todas las personas que conocí bromeaban sobre el presidente, y varias le criticaban abiertamente tanto en público como en privado. Tres años después regresé a una Caracas más pobre y mucho más sucia que la que había conocido. Una de las primeras cosas que me aconsejaron mis compañeros fue que evitase hablar de política y que bajo ningún concepto bromease o criticase a Chávez.
Pero tras sufrir dos hurtos en el hotel, decidí hablar con su directora, cuyo despacho estaba decorado con sendas fotos de la señora con Chávez y Fidel. Me quejé de la inseguridad y lamenté que el país hubiese empeorado tanto. A las pocas horas, un par de policías irrumpían en mi habitación. Después de efectuar un registro minucioso, me llevaron a una comisaría en un coche con los cristales tintados de negro. Allí permanecí tres horas, durante las cuales fui interrogado otras tantas veces sobre el motivo de mi estancia en Venezuela. Mis interrogadores se mostraron especialmente interesados en saber si conocía a algún periodista o persona que trabajase en medios de comunicación. La respuesta era "sí", pero respondí que no y me limité a solicitar que, puesto que estábamos en una comisaría, me permitiesen denunciar los robos. Me dijeron que eso era imposible.
Al final, el primer agente regresó y me dijo que habían terminado. El mismo vehículo me devolvió sano y salvo al hotel, aunque muerto de miedo. Al día siguiente los compañeros a quienes relaté el incidente me ordenaron mantener la boca cerrada, porque "la primera vez te libras, pero la segunda puedes amanecer en algún cerro con un brazo o una pierna rotos como mínimo".
Sólo espero que el día 16 de febrero hablar libremente de política sea para los venezolanos lo que antes fue una ocasión para reírse un rato y de paso soltar un par de tacos, y no un acto de heroísmo. ¡Abajo el tirano! ¡Viva Venezuela libre!