Cuando he conocido la noticia del más reciente comunicado de ETA he sentido, para empezar, una profunda tristeza. Al parecer ETA va a dejar de matarnos. Después, eso sí, de haber amenazado, torturado, secuestrado, asesinado, extorsionado a una parte importante de la sociedad vasca, casualmente la no nacionalista. Siento vértigo, una náusea que me lleva a pensar que este comunicado llega tarde, demasiado tarde, para Gregorio Ordóñez y los cientos y cientos de asesinados por ETA. Me produce una absoluta desconfianza ver la foto de tres encapuchados con chapela que nos dicen que no van a matar más. Cuando lo que algunas queremos es la rendición incondicional de ETA, no su reincorporación a la vida política. Porque aunque ETA no lo reconozca en su comunicado, han asesinado para imponer su proyecto político, han liquidado a sus rivales políticos, como hicieron con Gregorio Ordóñez. Ahora ellos ocupan el poder, sobre la tumba de cientos de asesinados, sin declaración alguna de culpa ni condena por el sufrimiento causado.
Siento una inmensa preocupación al escuchar a nuestros responsables políticos, al propio presidente del gobierno, o al responsable de la oposición y previsible futuro recambio para este país. Me preocupa pensar qué va a pasar con los terroristas que cumplen condena. Pienso en los más de 200 casos de asesinatos terroristas sin juicio. Me preocupa que con una simple petición de perdón, el terrorista que ha asesinado pueda salir de la cárcel, que los casos pendientes prescriban de pronto, que el viento arrastre archivos y audiencias. Que entren en el mismo saco víctimas y verdugos, para dar coherencia al indecente relato del "conflicto", a la versión de los dos bandos enfrentados. De que todos hemos sufrido. Es mentira.
Que perdone el que quiera perdonar, que traicione el que quiera darle la victoria a ETA.
Pero yo sentiré la misma compasión que tuvo el terrorista que empuñó su pistola contra la nuca inocente de Gregorio Ordóñez.